jueves, 29 de octubre de 2009

Denuncia SME que el gobierno pretende concesionar red de fibra óptica pública a empresas privadas

El gobierno federal pretende concesionar a empresas privadas los mil 100 kilómetros de fibra óptica que existen en la red eléctrica que administraba Luz y Fuerza del Centro (LFC), aseguró este lunes el secretario del Exterior del Sindicato Mexicano de Electricistas, Fernando Amezcua.

Esta, aseguró, es una de las razones de fondo por las que el gbierno federal pretende deshacerse del sindicato y de la paraestatal, pues los trabajadores habían formulado una propuesta para explotar esa red de comunicación.

“No se nos olvide, lo dijimos, podríamos entregarles a ustedes la telefonía, el internet, la televisión por cable con una empresa pública, con una empresa de ustedes, a precios accesibles, y a partir de ahora empezaron y abrieron ya las licitaciones para ofertar nuestra infraestructura eléctrica y además los más de mil 100 kilómetros de fibra óptica y oscura que tenemos”, aseveró.

Amezcua participó como orador en el mitin que encabezó Andrés Manuel López Obrador a un costado del Senado de la República para protestar por el alza a los impuestos, al que acudieron cerca de 2 mil electricistas.

Desde el estrado, el dirigente aseveró que la Comisión Federal de Electricidad (CFE) admitió que necesitará en los próximos 10 años de 50 mil millones de dólares de inversión para enfrentar la demanda de energía en la zona centro del país, lo que significa que el problema de abasto que enfrentaba Luz y Fuerza no era por ineficiencia de los trabajadores, sino porque no se hacían las inversiones necesarias.

miércoles, 28 de octubre de 2009

PAUL KRUGMAN ¿Cómo pudieron equivocarse tanto los economistas? Paul Krugman

I. CONFUNDIENDO LA BELLEZA CON LA VERDAD
Es difícil creerlo ahora, pero no hace tanto tiempo los economistas se felicitaban mutuamente por el éxito de su especialidad. Estos éxitos -o al menos así lo creían ellos- eran tanto teóricos como prácticos y conducían a la profesión a su edad dorada.

En el aspecto teórico, creían que habían resuelto sus disputas internas. Así, en un trabajo titulado The State of Macro (es decir, de la macroeconomía, el estudio de cuestiones panorámicas como lo son las recesiones), Olivier Blanchard, del Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT), actualmente economista jefe del Fondo Monetario Internacional, declaraba que había habido "una amplia convergencia de puntos de vista".

Y en el mundo real, los economistas creían que tenían las cosas bajo control: "El problema central de la prevención de la depresión está resuelto", declaraba Robert Lucas, de la Universidad de Chicago, en su discurso inaugural como presidente de la American Economic Association en 2003. En 2004, Ben Bernanke, un antiguo profesor en Princeton que ahora preside la Reserva Federal, celebraba la Gran Moderación del comportamiento económico comparado con las dos décadas precedentes, y que atribuía en parte al mejorado desempeño de la política económica.

El año pasado, todo esto se vino abajo.

En el despertar de la crisis, las líneas de falla de la profesión de economista han bostezado con más amplitud que nunca. Lucas dice que los planes de estímulo de la Administración de Obama son "economía de baratija" y su colega de Chicago John Cochrane dice que están basados en desacreditados "cuentos de hadas". Como respuesta, Brad DeLong, de la Universidad de California en Berkeley, escribe sobre el "derrumbe intelectual" de la Escuela de Chicago, y yo mismo he escrito que estos comentarios de los economistas de Chicago son el producto de una Edad Oscura de la macroeconomía, donde el conocimiento tan arduamente conseguido ha quedado olvidado.

¿Qué le ha sucedido a la profesión de economista? ¿Y adónde va a partir de ahora?

II. DE SMITH A KEYNES Y VUELTA ATRÁS
El nacimiento de la economía como disciplina se atribuye habitualmente a Adam Smith, quien publicó La Riqueza de las Naciones en 1776. Durante los siguientes 160 años se desarrolló un extenso cuerpo de economía teórica, cuyo mensaje central era: confía en el mercado. Ésta era la presunción básica de la economía neoclásica (llamada así al haber sido elaborada por los teóricos de finales del siglo XIX sobre conceptos de sus predecesores clásicos).

Esta fe, sin embargo, quedó hecha pedazos por la Gran Depresión. Con el tiempo, la mayoría de los economistas sustentó las consideraciones de John Maynard Keynes tanto acerca de la explicación de lo que había pasado como de la solución de futuras depresiones.

A pesar de lo que usted haya podido oír, Keynes no quería que el gobierno dirigiera la economía. En su obra capital, Teoría general del empleo, el interés y el dinero, escrita en 1936, él mismo describió su análisis como "moderadamente conservador en sus repercusiones". Quería organizar el capitalismo, no reemplazarlo. Pero cuestionó la noción de que las economías de libre mercado puedan funcionar sin un vigilante. Y apeló a la activa intervención del gobierno -imprimiendo más moneda y, si fuera necesario, con un fuerte gasto en obras públicas- para combatir el desempleo durante las depresiones.

La historia de la economía a lo largo del último medio siglo es, en gran medida, la historia de una retirada del keynesianismo y de un retorno al neoclasicismo. El renacer neoclásico fue guiado inicialmente por Milton Friedman, de la Universidad de Chicago, quien afirmó ya en 1953 que la economía neoclásica sirve adecuadamente como descripción del modo en que la economía funciona realmente, al ser "extremadamente fructífera y merecedora de plena confianza". Pero ¿qué hay de las depresiones?

El contraataque de Friedman contra Keynes comenzó con la doctrina conocida como monetarismo. Los monetaristas, en principio, no discrepaban de la idea de que una economía de mercado necesite una deliberada estabilización. Los monetaristas afirmaban, sin embargo, que una intervención gubernamental muy limitada y restringida -a saber, instruir a los bancos centrales a mantener el flujo del dinero, la suma del efectivo circulante y los depósitos bancarios creciendo a ritmo estable- es todo lo que se requería para prevenir depresiones.

Friedman empleó un argumento convincente contra cualquier esfuerzo deliberado del gobierno por reducir el desempleo por debajo de su nivel natural (actualmente calculado en torno al 4,8% en Estados Unidos): las políticas excesivamente expansionistas, predijo, llevarían a una combinación de inflación y alto desempleo; una predicción que fue confirmada por la estanflación de los años setenta, la cual impulsó en gran medida la credibilidad del movimiento antikeynesiano. A la postre, sin embargo, la posición de Friedman vino a resultar relativamente moderada comparada con la de sus sucesores.

Por su parte, ciertos macroeconomistas consideraban que las recesiones eran algo bueno que formaba parte del ajuste al cambio de una economía. E incluso quienes no eran partidarios de llegar tan lejos argüían que cualquier intento de enfrentarse a una depresión económica provocaría más mal que bien.

Muchos macroeconomistas llegaron a autoproclamarse como neokeynesianos, ya que seguían creyendo en el papel activo del gobierno. Aun así, la mayoría aceptaba la noción de que inversores y consumidores son racionales y que los mercados por lo general lo hacen bien.

Por supuesto que unos pocos economistas no aceptaban la asunción del comportamiento racional, cuestionaban la creencia de que los mercados financieros merecen confianza y hacían ver la larga historia de crisis financieras que tuvieron devastadoras consecuencias económicas. Pero eran incapaces de hacer muchos progresos frente a una complacencia que, vista retrospectivamente, era tan omnipresente como insensata.

III. FINANZAS DE CASINO
En los años treinta, los mercados financieros, por razones obvias, no suscitaron mucho respeto. Keynes consideró que era una mala idea la de dejar a semejantes mercados, en los que los especuladores pasaban su tiempo tratando de pisarse la cola el uno al otro, que dictaran decisiones importantes de negocios: "Cuando el desarrollo del capital de un país se convierte en un subproducto de las actividades de un casino, es muy probable que el trabajo resulte mal hecho".

Hacia 1970 más o menos, sin embargo, la discusión sobre la irracionalidad del inversor, sobre las burbujas, sobre la especulación destructiva, había desaparecido virtualmente del discurso académico. El terreno estaba dominado por la hipótesis del mercado eficiente, promulgada por Eugene Fama, de la Universidad de Chicago, la cual sostiene que los mercados financieros valoran los activos en su preciso valor intrínseco si se da toda la información públicamente disponible.

Y por los años ochenta, hubo economistas financieros, en particular Michael Jensen, de la Harvard Business School, que defendían que, dado que los mercados financieros siempre aciertan con los precios, lo mejor que pueden hacer los jefes de las empresas, no sólo en su provecho sino en beneficio de la economía, es maximizar los precios de sus acciones. En otras palabras, los economistas financieros creían que debemos poner el desarrollo del capital de la nación en manos de lo que Keynes había llamado un "casino".

El modelo teórico desplegado por los economistas financieros al asumir que cada inversor equilibra racionalmente riesgo y recompensa -el llamado Capital Asset Pricing Model, o CAPM (pronúnciese cap-em)- es maravillosamente elegante. Y si uno acepta sus premisas también es algo sumamente útil. Este CAPM no sólo te dice cómo debes elegir tu cartera de inversiones, sino, lo que es incluso más importante desde el punto de vista de la industria financiera, te dice cómo poner precio a los derivados financieros. La elegancia y aparente utilidad de la nueva teoría produjo una sucesión de premios Nobel para sus creadores, y muchos profesores de escuelas de negocios se convirtieron en ingenieros espaciales de Wall Street, ganando salarios de Wall Street.

Para ser justos, los teóricos de las finanzas produjeron gran cantidad de pruebas estadísticas, lo que en un principio pareció de gran ayuda. Pero esta documentación era de un formato extrañamente limitado. Los economistas financieros rara vez hacían la pregunta aparentemente obvia (aunque no de fácil contestación) de si los precios de los activos tenían sentido habida cuenta de fundamentos del mundo real, tales como los ingresos. En lugar de ello, sólo preguntaban si los precios de los activos tenían sentido habida cuenta de los precios de otros activos.

Pero los teóricos de las finanzas continuaron creyendo que sus modelos eran esencialmente correctos, y así lo hizo también mucha gente que tomaba decisiones en el mundo real. No fue el menos importante de ellos Alan Greenspan, quien era entonces el presidente de la Reserva Federal y que durante mucho tiempo respaldó la desregulación fiscal, cuyo rechazo a los avisos de poner freno a los créditos subprime o de enfrentarse a la creciente burbuja inmobiliaria descansaban en buena parte en la creencia de que la economía financiera moderna lo tenía todo bajo control.

En octubre del pasado año, sin embargo, Greenspan admitió encontrarse en un estado de "conmocionada incredulidad", debido a que "todo el edificio intelectual" se había "derrumbado".

IV. NADIE PODÍA HABERLO PREDICHO...
En los recientes y atribulados debates sobre economía se ha generalizado una frase clave: "Nadie podía haberlo predicho...". Es lo que uno dice con relación a desastres que podían haber sido predichos, debieran haber sido predichos y que realmente fueron predichos por unos pocos economistas que fueron tomados a broma por tomarse tal molestia.

Tomemos, por ejemplo, el precipitado auge y caída de los precios de la vivienda. Algunos economistas, en particular Robert Shiller, identificaron la burbuja y avisaron de sus dolorosas consecuencias si llegaba a reventar. Pero, aún en 2004, Alan Greenspan descartó hablar de burbuja inmobiliaria: "Una grave distorsión nacional de precios", declaró, era "muy improbable". El incremento en el precio de la vivienda, dijo Ben Bernanke en 2005, "en gran medida es el reflejo de unos fuertes fundamentos económicos".

¿Cómo no se dieron cuenta de la burbuja? Para ser justo, los tipos de interés eran inusualmente bajos, lo que posiblemente explica parte del alza de precios. Puede ser que Greenspan y Bernanke también quisieran celebrar el éxito de la Reserva Federal en sacar a la economía de la recesión de 2001; conceder que buena parte de tal éxito se basara en la creación de una monstruosa burbuja debiera haber puesto algo de sordina a esos festejos.

Pero había algo que estaba sucediendo: una creencia general de que las burbujas sencillamente no tienen lugar. Lo que llama la atención, cuando uno vuelve a leer las garantías de Greenspan, es que no estaban basadas en la evidencia, sino que estaban basadas en el aserto apriorístico de que simplemente no puede haber una burbuja en el sector inmobiliario.

Y los teóricos de las finanzas eran todavía más inflexibles en este punto. En una entrevista realizada en 2007, Eugene Fama, padre de la hipótesis del mercado eficiente, declaró que "la palabra burbuja me saca de quicio" y continuó explicando por qué podemos fiarnos del mercado inmobiliario: "Los mercados inmobiliarios son menos líquidos, pero la gente es muy cuidadosa cuando compra casas. Se trata normalmente de la mayor inversión que van a hacer, de manera que estudian el asunto con cuidado y comparan precios".

De hecho, los compradores de casas comparan concienzudamente el precio de su compra potencial con los precios de otras casas. Pero eso no dice nada sobre si el precio en general de las casas está justificado.

En pocas palabras, la fe en los mercados financieros eficientes cegó a muchos, si no a la mayoría, de los economistas ante la aparición de la mayor burbuja financiera de la historia. Y la teoría del mercado eficiente también desempeñó un significante papel en inflar esa burbuja hasta ese primer puesto.

Ahora que ha quedado al descubierto la verdadera peligrosidad de los activos supuestamente seguros, las familias de Estados Unidos han visto evaporarse su dinero por valor de 13 billones de dólares. Se han perdido más de 6 millones de puestos de trabajo y el índice de desempleo alcanza su más alto nivel desde 1940. Así que ¿qué orientación tiene que ofrecer la economía moderna ante el presente aprieto? ¿Y deberíamos fiarnos de ella?

V. LA PELEA POR EL ESTÍMULO
Durante una recesión normal, la Reserva Federal responde comprando Letras del Tesoro -deuda pública a corto plazo- de los bancos. Esto hace bajar los tipos de interés de la deuda pública; los inversores, al buscar un tipo de rendimiento más alto, se mueven hacia otros activos, haciendo que bajen también otros tipos de interés; y normalmente esos bajos tipos de interés finalmente conducen a la recuperación económica. La Reserva Federal abordó la recesión que comenzó en 1990 bajando los tipos de interés a corto plazo del 9% al 3%. Abordó la recesión que comenzó en 2001 bajando los tipos de interés del 6,5% al 1%. E intentó abordar la actual recesión bajando los tipos de interés del 5,25% al 0%.

Pero resultó que el cero no es lo suficientemente bajo como para acabar con esta recesión. Y la Reserva Federal no puede poner los tipos a menos de cero, ya que con tipos próximos al cero los inversores sencillamente prefieren acaparar efectivo en lugar de prestarlo. De tal modo que a finales de 2008, con los tipos de interés básicamente en lo que los macroeconomistas llaman zero lower bound, o límite inferior cero, como quiera que la recesión continuaba ahondándose, la política monetaria convencional había perdido toda su fuerza de tracción.

¿Y ahora qué? Ésta es la segunda vez que Estados Unidos se ha tenido que enfrentar al límite inferior cero, habiendo sido la Gran Depresión la ocasión precedente. Y fue precisamente la observación de que hay un límite inferior a los tipos de interés lo que llevó a Keynes a abogar por un mayor gasto público: cuando la política monetaria es infructuosa y el sector privado no puede ser persuadido para que gaste más, el sector público tiene que ocupar su lugar en el sostenimiento de la economía. El estímulo fiscal es la respuesta keynesiana al tipo de situación económica depresiva en la que estamos inmersos.

Tal pensamiento keynesiano subyace en las políticas económicas de la Administración de Obama. John Cochrane, de la Universidad de Chicago, indignado ante la idea de que el gasto gubernamental pudiera mitigar la última recesión, declaró: "Eso no forma parte de lo que todos hemos enseñado a los estudiantes graduados desde los años sesenta. Ésas (las ideas keynesianas) son cuentos de hadas que han demostrado ser falsas. Es muy reconfortante en los momentos de tensión volver a los cuentos de hadas que escuchamos de niños, pero eso no los hace menos falsos".

Pero como ha señalado Brad DeLong, la actual postura académica viene también siendo de generalizado rechazo a las ideas de Milton Friedman. Friedman creía que la política de la Reserva Federal, más que para cambios en el gasto público, debía ser utilizada para estabilizar la economía, pero nunca afirmó que un aumento del gasto público no puede, en cualesquiera circunstancias, aumentar el empleo. De hecho, al volver a leer el sumario de las ideas de Friedman de 1970, Un marco teórico del análisis monetario, lo que llama la atención es lo keynesiano que parece.

Y ciertamente Friedman nunca se creyó la idea de que el paro masivo represente una voluntaria reducción del esfuerzo de trabajo o la idea de que las recesiones en realidad sean buenas para la economía. Sin embargo, Casey Mulligan, también de Chicago, sugiere que el desempleo es tan elevado porque muchos trabajadores están optando por no aceptar trabajos.

Ha sugerido, en particular, que los trabajadores están prefiriendo seguir desempleados porque ello mejora sus probabilidades de recibir ayudas a sus deudas hipotecarias. Y Cochrane declara que el alto desempleo en realidad es bueno: "Debiéramos tener una recesión. La gente que pasa su vida machacando clavos en Nevada necesita algo distinto que hacer".

Personalmente, pienso que eso es una locura. ¿Por qué debería el desempleo masivo en todo el país hacer que los carpinteros se fueran de Nevada? ¿Puede alguien alegar seriamente que hemos perdido 6,7 millones de puestos de trabajo porque hay pocos estadounidenses que quieran trabajar? Claro que si empiezas por asumir que la gente es perfectamente racional y los mercados perfectamente eficientes, tienes que llegar a la conclusión de que el desempleo es voluntario y la recesión es deseable.

VI. DEFECTOS Y FRICCIONES
La economía, como disciplina, se ha visto en dificultades debido a que los economistas fueron seducidos por la visión de un sistema de mercado perfecto y sin fricciones. Si la profesión ha de redimirse a sí misma tendrá que reconciliarse con una visión menos seductora, la de una economía de mercado que tiene unas cuantas virtudes pero que está también saturada de defectos y de fricciones.

Existe ya un modelo bastante bien desarrollado del tipo de economía que tengo en mente: la escuela de pensamiento conocida como finanzas conductuales. Quienes practican este planteamiento ponen el énfasis en dos cosas. Primero, en el mundo real hay muchos inversores que tienen un escaso parecido con los fríos calculadores de la teoría del mercado eficiente: casi todos están demasiado sometidos al comportamiento de la manada, a ataques de entusiasmo irracional y de pánicos injustificados. Segundo, incluso aquellos que tratan de basar sus decisiones en el frío cálculo se encuentran con que a menudo no pueden, que los problemas de confianza, de credibilidad y de garantías limitadas les fuerzan a ir con la manada.

Entretanto ¿qué ocurre con la macroeconomía? Los acontecimientos recientes han refutado de manera decisiva la idea de que las recesiones son una óptima respuesta a las fluctuaciones en los índices del progreso tecnológico; un punto de vista más o menos keynesiano es la única alternativa plausible. Pero los modelos del neokeynesianismo estándar no dejan espacio para una crisis como la que estamos padeciendo, ya que esos modelos generalmente aceptaron el punto de vista del sector financiero sobre el mercado eficiente.

Una línea de trabajo, encabezada por nada menos que Ben Bernanke en colaboración con Marc Gertler, de la Universidad de Nueva York, ha puesto el acento en el modo en el que la carencia de garantías suficientes puede dificultar la capacidad de los negocios para recabar fondos y forjar oportunidades de inversión. Una línea de trabajo similar, en gran parte establecida por mi colega de Princeton Nobuhiro Kiyotaki y por John Moore, de la London School of Economics, sostenía que los precios de activos tales como las propiedades inmobiliarias pueden sufrir desplomes de los que salen fortalecidos pero que, a cambio, deprimen a la economía en su conjunto. Pero hasta ahora el impacto de las finanzas disfuncionales no ha llegado ni siquiera al núcleo de la economía keynesiana. Claramente, eso tiene que cambiar.

VII. RECUPERANDO A KEYNES
Así que esto es lo que pienso que tienen que hacer los economistas. Primero, tienen que enfrentarse a la incómoda realidad de que los mercados financieros distan mucho de la perfección, de que están sometidos a falsas ilusiones extraordinarias y a las locuras de mucha gente. Segundo, tienen que admitir que la economía keynesiana sigue siendo el mejor armazón que tenemos para dar sentido a las recesiones y las depresiones. Tercero, tienen que hacer todo lo posible para incorporar las realidades de las finanzas a la macroeconomía.

Al replantearse sus propios fundamentos, la imagen que emerge ante la profesión puede que no sea tan clara; seguramente no será nítida, pero podemos esperar que tenga al menos la virtud de ser parcialmente acertada.

Paul Krugman es profesor de Economía en la Universidad de Princeton y premio Nobel de Economía 2008. © 2009 New York Times Service. Traducción de Juan Ramón Azaola.

Descolonizar el saber. Agustin Avila Romero

¿Geopolitica del saber?
“Es este un universalismo no-universal en la medida en que niega todo derecho diferente al liberal, que esta sustentado en la propiedad privada individual”
Bartolomé Calvero

El sistema de producción económico deriva de una visión hegemónica del mundo funcional a la reproducción de capital, pero no sólo lleva implícita la relación económica, sobre todo implica relaciones de poder que significan la existencia de la dicotomía de grupos dominados y dominantes, ya que un poder hegemónico implica también conquista y consenso para aceptar la condición de conquistado, misma que inevitablemente marca la dicotomía mencionada. Por ello, la visión hegemónica requiere mantener el poder, no sólo económico sino también cultural, puesto que al imponer la forma y términos del saber y del conocimiento es precisamente la manera en que se legitiman como grupos dominantes, para imponer también su forma de explicar la realidad, de entender el mundo y la sociedad.

“El neoliberalismo es debatido y confrontado como una teoría económica, cuando en realidad debe ser comprendido como el discurso hegemónico de un modelo civilizatorio, esto es, como una extraordinaria síntesis de los supuestos y valores básicos de la sociedad liberal moderna en torno al ser humano, la riqueza, la naturaleza, la historia, el progreso, el conocimiento y la buena vida” (Lander, Edgardo:La colonialidad del saber: eurocentrismo y ciencias sociales; 11,2000))

Esa visión hegemónica societal entra en disputa con la ritualidad, la tradición, la magia, la economía local, el poder social, la identidad cultural y la pluriversidad de cosmovisiones que perviven en muchas sociedades rurales en este siglo XXI y que resisten y se rebelan ante la lógica homogeneizante de los grandes dueños del dinero.

Así entonces, hacemos referencia a lo que Edgardo Lander (2000) llama la geopolítica, ya que para él la posición geográfica determina la colonialidad del poder, debido a que al ser considerado como grupo colonizado, el atrasado, el incivilizado, también es el mecanismo mediante el cual se va descalificando la forma de ver el mundo desde el colonizado, para imponérseles la visión occidental: la visión neoliberal, como la única válida; la visión de los conquistadores. De esta manera, las formas de crear conocimiento desde los colonizados se van convirtiendo en formas no válidas; colonizando así, no sólo a través del poder, sino sobre todo mediante el saber debido a que la colonialidad del saber es el factor determinante que asegura la permanencia de la dominación.

En efecto, para Quijano (2000) la colonialidad se refiere a un patrón de poder, que opera a través de la naturalización de jerarquías raciales que posibilitan la reproducción de relaciones de dominación territoriales y epistémicas, que no solo garantizan la explotación capitalista de unos seres humanos hacia otros, sino que también subaternalizan los conocimientos, experiencias y formas de vida de quienes son así dominados y explotados.
Según el autor (2007a, p. 93) la colonialidad se funda en la imposición de una clasificación racial/étnica de la población del mundo como piedra angular del patrón mundial de poder; opera tanto en cada uno de los planos y dimensiones –materiales e inmateriales- de la vida cotidiana como en la escala social, se origina en un contexto socio-histórico y se mundializa a partir de la invención de América; por su parte, el colonialismo referiría a una estructura de dominación y explotación, donde el control de la autoridad política, de los recursos de producción y del trabajo de una población, lo detenta otra de diferente identidad, cuyas sedes están además en otra jurisdicción territorial y no implica necesariamente relaciones racistas de poder.

Según Quijano, el actual patrón de poder mundial consiste en la articulación entre el capitalismo como patrón universal de control del trabajo y de explotación social, el estado -nación/moderno- como forma central y hegemónica de control de la autoridad colectiva, el eurocentrismo como forma hegemónica de control de la subjetividad/intersubjetividad y de la producción de conocimientos, y la colonialidad del poder como fundamento del patrón universal de clasificación y dominación social en torno a la idea de raza (Quijano, 2000, p.1).

En un sentido ampliado, Escobar (2005) entiende la colonialidad del poder como un modelo hegemónico global de poder instaurado desde la conquista de América que articula raza, conocimiento y trabajo, espacio, género y gentes, de acuerdo con las necesidades de poder del capital y de los blancos europeos/norteamericanos. Otros autores como Cajigas-Rotundo (2007) partiendo de esa conceptualización proponen y utilizan la noción de biocolonialidad del poder para referirse a la producción moderna, posmoderna y jerarquizante de la naturaleza en el marco del capitalismo moderno/posfordista.


Lo novedoso de la colonialidad del poder y de las perspectivas antes reseñadas es advertir cómo la idea de raza/racismo y aspectos asociadas a ella como el género, la humanidad y la clase se convierte en principios fundamentales de organización, dominación y clasificación socio-natural, que estructuran las múltiples jerarquías del sistema y del patrón mundial de poder. En ese sentido podemos comprender por ejemplo, cómo y por qué las diferentes formas de trabajo articuladas a la acumulación capitalista a escala mundial son asignadas de acuerdo a jerarquías raciales/clasistas; por qué la mayor parte del trabajo coercitivo (o precario) es realizado por personas no europeas en la periferia y el trabajo en blanco se localiza en los centros capitalistas. También nos facilita comprender las jerarquías desarrollo/subdesarrollo, avanzado/atrasado, rico/pobre; cómo y por qué los productos campesinos/populares son subvalorados respecto de los urbanos/capitalistas; o por qué el trabajo femenino/natural es subvalorado respecto del masculino/humano.

Por su parte, la colonialidad del saber se refiere a las relaciones de poder, a la prolongación contemporánea de las bases coloniales que sustentaron la modernidad en América Latina. No obstante que el colonialismo político fue cancelado, las relaciones en la cultura, y en especial de la producción del conocimiento, entre Europa y América Latina sigue siendo de dependencia. La colonialidad del saber, que se impone a América Latina y al mundo subdesarrollado, es el otro aspecto complementario del proceso de la consolidación del paradigma positivista hegemónico de la producción del conocimiento en la modernidad. La colonialidad del saber es parte del contexto global del patrón mundial del poder capitalista y, además, es una de las características centrales en el espacio de dominación interna, que impide y neutraliza el conocimiento de América Latina.



La colonialidad del saber es así, una construcción social e histórica donde la creación de la economía mundo en los albores del siglo XV con lleva la legitimación de saberes dominantes y la construcción de saberes oprimidos (ver Michael Foucault), así la lógica cientificista solo valora aquellas construcciones epistémicas y metodológicas que permiten prolongar dicha colonialidad y reproducir la lógica de la matriz cultural de dominación.

“El dominio hegemónico genera los ‘saberes sometidos’, definidos como la suma de contenidos históricos que fueron sepultados, enmascarados en coherencias funcionales o formales, que representan enfrentamientos, luchas y acciones concretas ante lo que se plantea como meta el olvido histórico sistemático, de tal modo que ‘los saberes sometidos son esos bloques históricos que estaban presentes y enmascarados dentro de los conjuntos funcionales y sistemáticos, y que la crítica pudo reaparecer por medio, desde luego, de la erudición’….Foucault considera también ‘saberes sometidos’ aquellos que son descalificados, definidos como no conceptuales; es decir, insuficientemente elaborados. Saberes ‘ingenuos’ que son percibidos desde el poder como jerárquicamente inferiores, que están por debajo del nivel de conocimiento socialmente reconocido o de lo que la ‘cientificidad’ exige, y que sólo tiene un sentido particular, local, regional, diferencial, cuya fuerza deviene del conocimiento singularizado respecto a los demás saberes y que Foucault denomina ‘saber de la gente’, ‘que no es en absoluto un saber común, un buen sentido sino, al contrario, un saber particular, un saber local, regional, un saber diferencial, incapaz de unanimidad y que sólo debe su fuerza al filo que opone a todos los que lo rodean, por la reaparición de esos saberes locales de la gente, de esos saberes descalificados, se hace la crítica” (Tarrio et al. Biopirateria en Chiapas: 61).

En efecto para Edgar Lander (2000) hay que tener en cuenta la colonialidad del saber, como dispositivo que organiza la totalidad del espacio y del tiempo de todas las culturas, pueblos y territorios del planeta, en una gran narrativa universal en la cual Europa y EE.UU. son simultáneamente, el centro geográfico y la culminación del movimiento temporal del saber. También se habla de colonialidad del saber en el sentido de que el pensamiento moderno ha sido posible gracias a su poder para subalternizar el pensamiento ubicado fuera de sus parámetros (Mignolo, 2003).

Esa supuesta superioridad atribuida al conocimiento europeo/norteamericano en muchas esferas de la vida es un aspecto importante de la colonialidad del poder en el sistema mundo moderno/colonial. A partir de ello los conocimientos subalternos se excluyen, se omiten, se silencian, se invisibilizan, se subvaloran o se ignoran.

En esa colonialidad juega un papel importante la raza, la clase, la etnia, el trabajo y el sexo como parámetros de jerarquización/clasificación social; la ciencia occidental moderna/colonial como modo hegemónico de producir conocimiento; y el euro-centrismo como modelo y actitud colonial frente al conocimiento.

“Esta es la cosmovisión que aporta los presupuestos fundantes a todo el edificio de saberes sociales modernos. Esta cosmovisión tiene como eje articulador central la idea de la modernidad, noción que captura complejamente cuatro dimensiones básicas: 1) la visión universal de la historia asociada a la idea de progreso (a partir de la cual se construye la clasificación y jerarquización de todos los pueblos y continentes, y experiencias históricas); 2) la “naturalización” tanto de las relaciones sociales como de la “naturaleza humana” de la sociedad liberal capitalista; 3) la naturalización u ontologización de las múltiples separaciones propias de esa sociedad; y 4) la necesaria superioridad de los saberes que produce esa sociedad (‘ciencia’) sobre todo otro saber.” (Lander. La colonialidad del saber, Pág. 22)

Se construye un modelo de conocimiento que al rechazar la validez de los saberes del otro, de todos los otros, les niega el derecho a sus propias opciones culturales, modos de vida y, con frecuencia, a la vida misma. Lejos se encuentra la ciencia neoliberal de ser realmente objetiva y de neutralidad valorativa, sus supuestos cosmogónicos, sus separaciones fundantes entre razón y cuerpo, sujeto y objeto, cultura y naturaleza, como sustentos necesarios de las nociones del progreso y del control y explotación de la naturaleza nos conducen a la presente crisis civilizatoria.


Por dichas razones diversos autores de la escuela subalterna y poscolonial hablan de que necesitamos una nueva geopolítica del saber, es decir, del reconocimiento de varios conocimientos, de la convicción de que hay varios lugares de enunciación científica. Vivimos en una época que ha posibilitado, por un lado, la potenciación del reconocimiento de la falacia del conocimiento científico único, de la denuncia del exclusivo espacio de enunciación del saber; y, por otro lado, de la necesidad de otras perspectivas que tuvieran orígenes en lugares diferentes de los tradicionales sitios de formulación científica y epistemológica.
Vemos que la historia del conocimiento está marcada geo-históricamente y además tiene un valor y un lugar de origen. El conocimiento no es abstracto y des-localizado. Todo lo contrario. Los conocimientos humanos que no se produzcan en una región del globo (desde Grecia a Francia, al norte del Mediterráneo) no tienen el mismo valor y legitimidad respecto a aquellos que se producen en África, Asia o América Latina y que inmediatamente son catalogados inferiores o no sostenibles.
De modo más concreto, Wallerstein denomina geo-cultura a este componente imaginario hegemónico del mundo moderno que se universaliza a partir de la revolución francesa.
Posteriormente, Aníbal Quijano con el concepto de colonialidad del poder incorpora la dimensión de la conquista de América a la raíz epistémica del sistema-mundo que desarrolla la modernidad desde el siglo XVI.
Otra consecuencia de la geopolítica del conocimiento es que se publican y traducen precisamente aquellos nombres cuyos trabajos contienen y reproducen el conocimiento geopolíticamente marcado.
“Con el inicio del colonialismo en América comienza no sólo la organización colonial del mundo sino –simultáneamente- la constitución colonial de los saberes, de los lenguajes, de la memoria y del imaginario” (Lander.ibid)
Esta relación de poder marcada por la diferencia colonial e instituida la colonialidad del poder (es decir, el discurso que justifica la diferencia colonial) es la que revela que el conocimiento está organizado mediante centros de poder y regiones subalternas. La trampa es que el discurso de la modernidad creó la ilusión de que el conocimiento es des-incorporado y des-localizado y que es necesario, desde todas las regiones del planeta, subir a la epistemología de la modernidad.
Sin embargo, como lo muestra hoy la crisis capitalista mundial los centros han dejado de ser las fuentes de poder y riqueza colonial de la anterioridad y asistimos así, a la conformación de archipiélagos de poder económico, social y cultural que se distribuyen a lo largo del planeta, abriendo camino a la pluriversidad epistémica que permita construir alternativas frente a la crisis civilizatoria actual.
Los fundamentos epistemológicos centrales del eurocentrismo o mejor dicho etnocentrismo occidental, se desarrollan sobre las bases de la colonización del mundo. El eurocentrismo se impone como la única racionalidad de validez universal en la producción de conocimientos y se construye sobre el desplazamiento y des- legitimación de otros modos de generación de conocimiento existente en América Latina. La razón eurocéntrica hunde sus raíces en el sometimiento y represión de otras fuentes de conocimientos y racionalidad no-eurocéntricas.
El eurocentrismo, es decir la producción del conocimiento mayoritario en América Latina, se desarrolla como parte la colonialidad del poder, su cuerpo teórico se instituye principalmente sobre la concepción de relaciones de superioridad/inferioridad entre europeos (junto a los criollos) y nativos de América Latina según la idea de la raza.
Desde hace quinientos años, la idea de la clasificación racial de la población se constituyó como parte del sistema de dependencia mundial y en la más profunda forma de dominación intersubjetiva.
Sin embargo, hoy es clara, la crisis del proyecto civilizatorio capitalista que sacude los cimientos del pensamiento moderno y, por tanto, el paradigma de la racionalidad occidental. El dominio de la ciencia sobre otras formas de conocimiento ha dado lugar al cientificismo, es decir, al hecho de convertir a la ciencia en la base ideológica del desarrollo modernizador y salvaje del que somos testigos en estos inicios del siglo XXI. El cientificismo parte de la idea de que la ciencia constituye el único conocimiento valido para la resolución de los problemas de la humanidad. Mediante esto olvida e ignora otras vías de comprensión personal y colectiva del mundo y sus sentidos de vida.
El desprecio por las actitudes religiosas, por las morales particulares, por las formas de sabiduría personal y colectiva que no pretenden competir con la ciencia occidental, es una forma de intolerancia que se utilizan como armas de violencia y de dominio que prefiguran claramente una geopolítica del saber.
Autores liberales como Edgar Morin( Morin, E. Los siete saberes necesarios para la educación del futuro 1999) reconocen que en un escenario signado por la complejidad:
"...hay una inadecuación cada vez más amplia, profunda y grave por un lado entre nuestros saberes desunidos, divididos, compartimentados y por el otro, realidades o problemas cada vez más polidisciplinarios, transversales, multidimensionales, transnacionales, globales, planetarios" (p. 37).

De esa manera la ego-política del conocimiento de la ciencia occidental privilegia el mito del “Ego” no situado que supuestamente asume un punto de vista universalista, neutral y objetivo. En esa manera de producir conocimiento la ubicación epistémica étnica/ racial/de género/sexual y el sujeto que habla están siempre desconectadas. En ese sentido, se produce un mito sobre un conocimiento universal fidedigno que cubre y/o disfraza a quien habla así como a su ubicación epistémica geopolítica y cuerpo-política en las estructuras del poder/conocimiento coloniales desde las cuales habla. Ese conocimiento no situado, deslugarizado, universal y de visión omnipresente (el ojo de dios) es lo que Castro-Gómez llamó la perspectiva del “punto cero” de la ciencia y de las filosofías eurocéntricas (Castro-Gómez, 2007).

Por lo que se puede concluir que aquellos que hacen un reconocimiento de la ciencia como único conocimiento valido y descalifican cualquier otro saber, hacen uso de un mecanismo ideológico con el que se intenta justificar la dominación del proyecto modernizador (Villoro, 1996).

Esta crisis civilizatoria que nos ha tocado vivir caracterizada por un proceso de desterritorialización física, cultural y epistémica muestra la necesidad de construir otro mundo alternativo donde los saberes del campesino, ranchero y del pueblo en general sean confrontados y dialogados con la racionalidad instrumental y monetaria del sistema capitalista. Tal vez lo más importante es romper el monocultivo mental- como le llama Vandana Shiva- y abrir los múltiples caminos por los que puede comprenderse esta realidad cambiante de la primera década del siglo XXI.

“….la deconstrucción de la hegemonía de un mundo organizado hegemónicamente como única opción, pasa por la emanación de sentidos comunes no alienados, epistemológicamente distintos al sentido dominante, provenientes de otros universos creativos. Sentidos comunes creados colectivamente –y permanentemente vueltos a crear-, madurados en el proceso de reconocimiento y reconstrucción de socialidades, en la resistencia y la lucha. La negación de sentidos comunes producidos a través del sistema de poderes sólo se constituye como ethos emancipatorio en el proceso de generación de nuevos sentidos y realidades, que es, simultáneamente, el proceso de creación de nuevas politicidades” (Ceceña; Ana Esther, Los desafios…pag38)

Para la creación de esas nuevas politicidades necesitamos una epistemología que trabaje en el límite de los conocimientos subordinados por la colonialidad del poder, marginados por la diferencia colonial y los conocimientos occidentales, traducidos a la perspectiva indígena, campesina y ranchera de conocimiento y a sus necesidades políticas y concepción ética. Ello nos permite dejar de pensar que lo que vale como conocimiento está en ciertas lenguas y viene de ciertos lugares.

La reactivación de los movimientos sociales desde los noventa, que incluye al propio sector indígena, son una muestra que expresa no sólo un conjunto de protestas contra la globalización y el neoliberalismo, sino, sobre todo, han inducido un regreso a un primer plano de las propuestas, los conocimientos y las esperanzas de un imaginario social distinto; espacios sociales en los que la razón eurocéntrica es cuestionada y emergen formas diversas de la razón histórica.

Se han ido formando nuevos sujetos sociales, con reivindicaciones, discurso y formas de organización y de movilización nuevos, y han hecho ya su ingreso en la escena política como actores decisivos en algunos países. Se trata, en primer término, del llamado movimiento de los pueblos indios que, aunque de dimensión continental, actuando desde Alaska hasta Tierra del Fuego, en América Latina tiene sus más importantes sedes nacionales en Ecuador, México y Bolivia. Estos movimientos “étnicos”, se dirigen a la redefinición de la cuestión nacional de los actuales estados y a la autonomía territorial de las nacionalidades dominadas. Ya han comenzado a cambiar la geografía política de América Latina y en Ecuador y Bolivia ya son, de hecho, los actores políticos más importantes.

Podemos observar así, que de acuerdo a las diferentes teorizaciones alternativas que retomamos en esta tesis como las pluralizaciones de la diferencia subalterna (Scott), el posmodernismo opositor (De Sousa), los nuevos imaginarios anti-capitalistas (Quijano/Amin), abren las perspectivas no eurocéntricas del programa modernidad/colonialidad, nos permiten avizorar una lógica teórica-política creciente para pensar el problema y la potencialidad de la diferencia bajo el legado crítico y la agencia social de resistencia y experimentación creativa, esto es lo que permite que los movimiento sociales hayan iniciado este movimiento descolonizador con iniciativas políticas de la otredad que van abriendo paso a la nueva independencia intelectual y política que recorre nuestra patria grande.

Por ejemplo,La Otra Campaña, a la cual nos convoco el Ejercito Zapatista de Liberación Nacional no es solamente un movimiento social anticapitalista que crece y se concentra en la gente humilde y sencilla de nuestro México, es sobre todo mediante el caminar preguntando una propuesta de recuperación de saberes organizativos y de sentidos de pertenencia, frente al rompimiento de los tejidos sociales y comunitarios que las políticas de libre comercio y de subordinación agroalimentaria han ocasionado en los habitantes del campo y de la ciudad, es una propuesta epistemológica que nos habla de cómo mirar y analizar nuestras realidades, cuando el positivismo vuelve a hegemonizar los estudios sociales.

Este movimiento descolonizador encuentra su coincidencia con Enrique Leff cuando afirma que la actual crisis de la civilización se nos presenta también como un límite del pensamiento occidental (metafísico y científico) que niega el límite, el tiempo, la historia, la diferencia, la diversidad y la otredad, no es solo un problema del proyecto de crecimiento económico ilimitado que ha formulado este sistema capitalista, no se trata de un cambio natural, sino de un cambio inducido por la concepción metafísica, filosófica, ética, científica y tecnológica del mundo es la primer crisis del mundo real producida por el desconocimiento del conocimiento. (Leff: Complejidad Ambiental).

Por eso como afirma Boanaventura do Santos (Conocer desde el sur) es necesario como orientación epistemológica política y cultural, que nos desfamiliaricemos del Norte imperial y que aprendamos con el Sur. Mas advierto que el Sur es en sí, un producto del imperio y por eso aprender con el Sur requiere igualmente una desfamiliarización en relación al Sur imperial, es decir en relación a todo lo que en el Sur es resultado de la relación capitalista colonial. Así solo se aprende del Sur en la medida que éste se concibe como resistencia a la dominación del Norte y que se busca en él lo que no ha sido totalmente desfigurado o destruido por tal dominación. En otras palabras, solo se aprende del Sur en la medida que se contribuya a su eliminación como producto del imperio.

Coincido con Santos Boanaventura que los puntos de partida de esta epistemología desde el sur son tres: en primer lugar, el pensamiento de que la comprensión del mundo excede en mucho a la comprensión occidental del mundo. En segundo lugar, la comprensión del mundo y la forma como ella crea y legítima el poder social tiene mucho que ver con concepciones del tiempo y de la temporalidad, estas concepciones explican porque la vida campesina, indígena, rural o ranchera son disfuncionales a la reproducción capitalista en la cual nos movemos. En tercer lugar, la característica más fundamental de la concepción occidental de la racionalidad es el hecho de, por un lado, contraer el presente y, por otro, expandir el futuro. La contracción del presente, originada por una peculiar concepción de la totalidad, transformó el presente en un instante huidizo, atrincherado entre el pasado y el futuro. Del mismo modo, la concepción lineal del tiempo y la planificación de la historia permitieron expandir el futuro indefinidamente. Cuanto más amplio es el futuro, más luminosas son las expectativas confrontadas con las experiencias del presente. En los años 40, Ernst Bloch (1995: 313) se interrogaba perplejo: “si vivimos solo en el presente ¿por qué razón es tan fugaz ?.”

En la visión occidental la individualización es lo primordial, por tanto las comunidades que se encuentran organizadas como colectivo, en cuanto a derechos y obligaciones, resultan formas no válidas desde dicha visión hegemónica, porque la organización colectiva comunitaria para la producción capitalista no es funcional. Por ejemplo, en el caso de la propiedad de la tierra al ser comunal no es redituable para el sistema económico predominante, ya que su explotación tendría que ser de carácter individual. Es decir, la tenencia de la tierra tiene que estar bajo el esquema de propiedad privada para que circule como mercancía. Este ejemplo da cuenta de cómo la colonización se traduce en imposición y legitimación de una sola forma de ver el mundo, en una sola cultura que no acepta nada diferente.

En relación con el conocimiento, dicha lógica no es la excepción, la construcción de este elemento que es central en la cultura como forma de explicar el mundo, cuando no es resultado de la visión occidental simplemente no es legítimo, ya que la construcción del conocimiento científico surge de occidente y desde ahí es desde donde se estudia e investiga principalmente en las ciencias sociales. Por tanto, si uno de los paradigmas del eurocentrismo es la individualización, entonces el conocimiento es también individual desde dicha visión.

La colonialidad del poder permite la clasificación racial, sobre la base de los procesos de trabajo y la división internacional del trabajo; la colonialidad del saber (o los distintos saberes instituidos) los tradicionales y los nuevos que se convierten en objeto de estudio. La colonialidad del saber desprestigió todas las otras formas de pensamiento otro, diferentes al pensamiento imperial; el pensar en contra, a partir de otros fenómenos y otras realidades. Finalmente la categoría de la colonialidad del ser, tiene efectos perniciosos ya que crea una visión en el colonizado acentuando su falta de capacidad intelectual y su inferioridad racial frente a todo lo que implica el mundo occidental aceptando acriticamente todo lo proveniente incluso sus modas, sus costumbres y su cultura, en este sentido todos los pueblos colonizados son occidentalizados por vía de la violencia, el saber y la cultura.

La colonialidad del poder implico la colonialidad del saber, y la colonialidad del saber contribuyó a desmantelar (a veces con buenas intenciones) los sistemas legales Indígenas y también (nunca con buenas intenciones) a desmantelar la filosofía y la organización económica indígena y campesina en las regiones de nuestro México.

Así por ejemplo, las plantas nativas útiles para la salud y los alimentos, fueron renombradas en latín, un idioma diferente a la tierra de origen de la planta, se aprovecho todo el conocimiento ancestral de sus propiedades y se negó el reconocimiento de su aportación al universo del conocimiento occidental. Lo mismo sucedió con las tierras y pueblos conquistados, se les asignó un nombre occidental aunque en algunos casos conservó su nombre de origen. Así tenemos que el acto de nombrar, a partir de un conocimiento o descubrimiento, que se traduce en conquista, también es un acto de poder dominación y poder de sometimiento.

Frente a ello, la lógica de los subalternos mantiene su poder de negociación y de resistencia a la colonialidad del poder ,del saber y del ser, al negarse a llamar todavía a muchos pueblos en su nombre españolizado o al mantenerse la transmisión de saberes locales milenarios de generación en generación de acuerdo a los mecanismos de apropiación de la naturaleza y lo que los mismos pueblos y comunidades entienden por el buen vivir.


El modelo liberal de organización de la propiedad, del trabajo y del tiempo adquiere hegemonía en el mundo capitalista actual pero alrededor del planeta múltiples resistencias negocian y reformular los postulados liberales respecto a lo que es propiedad y lo que no lo es, si se vive para trabajar o se trabaja para vivir y las diferentes temporalidades que, por ejemplo, se rescatan en esta investigación.

Ahora bien la colonialidad del saber opera también sobre los procesos culturales y es condición necesaria en la constitución de las subjetividades. La colonialidad del saber o desculturización facilita que las formas del pensamiento se simplifiquen por la visión dominante, es decir, nos auto colonizamos, nos despojamos de nuestra capacidad de ser, la transculturización y aculturación sirven para los fines de los intereses dominantes que se nos presentan como hegemónicos.

Por este motivo -afirman los teóricos de la colonialidad-se requiere pensar desde la exterioridad colonial, esto es, construir un conocimiento social desde el afuera a lo que se considera valido de forma universal, ya que el actual conocimiento es construido por el adentro, a través de un proceso de universal exclusión, donde las historias particulares de los pueblos son referidas a los valores occidentales dominantes y esto no es así de sencillo, al menos desde el punto de vista histórico social. Valoración que genera mucha discusión en este mundo donde las interrelaciones, lenguajes, comunicación y construcción de significados se realizan a escala planetaria y todo permea el espacio local.

Por otra parte, los propios intelectuales progresistas hoy están ya corrigiendo los errores históricos, perpetuados a través de los siglos, e implementados por la colonialidad del poder y del saber. El pensamiento crítico del futuro ya no podrá ser una constante actualización del pensamiento crítico europeo o estadounidense, aún aquel que están produciendo hoy los intelectuales del Tercer Mundo en Europa y en Estados Unidos. El pensamiento crítico tendrá que ser desde la colonialidad, por la descolonización tanto económica como intelectual.

Hasta ahora la ciencia moderna se ha sumido en unos soliloquios en los cuales ella misma se daba los fundamentos de la verdad desde los parámetros de la modernidad occidental. Sus categorías de base eran siempre autoreferenciales, es decir, para criticar a la modernidad era necesario adoptar los conceptos hechos por la misma modernidad y para conocer la alteridad y la diferencia de otros pueblos, era también necesario adoptar conceptos hechos desde la matriz de la modernidad.

Este proceso de descolonización desde el cual figuramos nuestro estudio de los saberes locales producidos dentro de una geopolítica del saber, implica el desmontaje de estructuras de poder estatal, laboral, económico, cultural, del control de la sexualidad, de ideologías y de formas de conocimiento que producen una división maniquea del mundo. Para que esto ocurra también hay que reconocer que los movimientos sociales piensan, y que tanto los intelectuales como su obra actúan en diversas formas.

Considero que el encuentro entre activistas sociales e intelectuales conforma activistas epistémicos que pueden construir un diálogo de saberes que surgen de distintas pero relacionadas prácticas.

“La experiencia nos ha enseñado que las subversiones epistemológicas son siempre difíciles de hacer y de asir no sólo por las barreras que las circunda el pensamiento conservador sino porque, como corresponde, antes de ser atrapadas en los conceptos huyen provocando nuevas subversiones. De cualquier manera, la construcción de nuevos conceptos y nuevos modos de mirar la vida es ineludible para permitirles salir de viejos encierros. No hay subversión posible si no abarca el pensamiento, si no inventa nuevos nombres y nuevas metodologías, si no transforma el sentido cósmico y el sentido común que, como es evidente, se construyen en la interacción colectiva, haciendo y rehaciendo socialidad” (Ceceña:2006;14)

El imperativo por la descolonización del saber responde también a la idea propuesta de Boaventura de Sousa Santos (Santos:2006) de que no hay justicia social sin justicia cognitiva. Para él, esto es fundamental a la idea de democracia: No hay democracia, sin una democracia de conocimientos, de saberes y esos saberes son varios, son distintos, son los de los pueblos, de los hombres, de las mujeres, Una idea central en esta tesis es que no hay justicia social global sin justicia cognitiva global, o sea sin justicia entre los conocimientos, variedad entre los conocimientos.

Y por eso es que hoy la educación popular es tan importante, debemos retomar el valor de la educación popular para alcanzar la justicia cognitiva. La justicia cognitiva en la formulación de Sousa Santos toma en consideración a conocimientos prácticos, pero también pudiera hablarse de conocimientos técnicos no hegemónicos como aquellos adquiridos por comunidades e intelectuales en el proceso de resistir y pensar alternativas a la colonización.

Así la crisis de las ciencias sociales es desde mi punto de vista, la crisis no del objeto de estudio sino del sujeto investigador que proclive a adoptar las teorías posmodernistas , neopositivas y relativistas de la realidad no hace más que abandonar el compromiso ético y social que todo proceso de investigación tiene con los subalternos y damnificados de esta modernidad capitalista.
El problema que las concepciones academicistas no han logrado comprender es que tanto las propias preguntas de investigación, como los modos de producción de las investigaciones (lo que usualmente se llama métodos), dependen en última instancia de opciones epistemológicas, que están asociadas a posiciones éticas y políticas que dependen entre otras factores del tipo de relaciones que se sostiene o se aspira a sostener con actores sociales extra académicos.
Las posiciones éticas y políticas son constitutivas del piso epistemológico y de las perspectivas teóricas de nuestras investigaciones; y así también de las preguntas y de los métodos, y de este modo lo son también de los resultados de las investigaciones, y ello tanto respecto de su contenido, como de su forma: las publicaciones. De las respuestas a las preguntas de ¿para qué? y ¿para quién/es investigar? Depende: qué investigar, cómo, con quiénes, en el marco de cuáles relaciones, con cuáles propósitos, si acaso acabaríamos produciendo una publicación en papel y tinta o qué “cosa” y cómo pensamos que tales “cosas” deberían o podrían circular y/o ser útiles, a quiénes, qué importancia tendrían los resultados y cuál los procesos y experiencias.
En otras palabras, tratase, del lado del pensamiento hegemónico, de un problema político con profundas implicaciones gnoseológicas y, del lado del saber contra-hegemónico de un problema epistemológico con fuertes implicaciones políticas. El saber contra-hegemónico con un papel claro de articulación, unión y análisis de perspectivas de los movimientos sociales, con planteamientos innovadores y creativos que permitan un nuevo papel de los movimientos sociales frente al desgajamiento del mundo del trabajo y del tejido comunitario que la mundialización ha puesto en marcha contra millones de habitantes de nuestro planeta.

Tal y como afirma Boanaventura do Santos (2006: Conocer desde el sur: 27) “El científico no debe diluir su identidad en la de activista pero tampoco construirla sin relación con el activismo”.
Por eso, ahora los pueblos indios, los habitantes de comunidades y ejidos, los rancheros ligados a la tierra, los indios güeros, el trotar campesino vuelto citadino y de modo creciente todos los demás sectores de la población mundial, comenzando por la comunidad científica mundial y los intelectuales y profesionales de las capas medias, así como los trabajadores de todo el mundo industrial/urbano, están descubriendo que, dadas las tendencias destructivas del capitalismo actual, esos recursos de sobrevivencia de los indígenas y campesinos -entre los cuales se encuentran los saberes locales y su forma de apropiarse la naturaleza- son nada menos que recursos de la defensa de la vida misma en el planeta y que son, precisamente, los que el capitalismo colonial/moderno está llevando a la destrucción total.
Frente a ello está emergiendo una vasta coalición social que puede ser, de hecho es, un nuevo movimiento mundial de la sociedad. Parte de la comprobación continua de que el actual capitalismo colonial/moderno es un riesgo inminente de destrucción de la vida en nuestro planeta. Pero, al mismo tiempo también comienza a descubrir que por su propio desarrollo científico-tecnológico, este patrón de poder es no sólo peligroso, sino finalmente innecesario e inútil, como lo muestra la actual crisis de sobreacumulación capitalista que esta condenando a millones de personas a pasar hambre y que profundiza los procesos de despojo, desprecio, explotación y represión.
Somos testigos así de un proceso de descolonialidad de la existencia social que esta tomando fuerza en aquellas regiones indígenas, campesinas y rancheras de nuestro continente, África y Asia. Un nuevo horizonte histórico está emergiendo. Eso implica, en primer término, nuestra emancipación del Eurocentrismo, esa forma de producir subjetividad (imaginario social, memoria histórica y conocimiento) de modo distorsionado y distorsionante, que, aparte de la violencia, es el más eficaz instrumento de control que el capitalismo tiene para mantener la existencia social de la especie humana dentro de este patrón de poder.
Esa emancipación es, precisamente, lo que esta ocurriendo; eso es lo que significa descubrir que los recursos de sobrevivencia de los indígenas y campesinos del mundo son los mismos recursos de la vida en el planeta, y descubrir al mismo tiempo, en el mismo movimiento de nuestras luchas, que ya tenemos la tecnología social para prescindir del capitalismo y que un proyecto contrahegemonico y alternativo esta en marcha.
La apelación a otros temas como nación y modernidades, ecología de la diferencia, la relación ser humano y naturaleza, la cultura y el lugar, modernidad e identidad y antropologías, completan el mapa sobre globalización y diferencia, siempre intentando pensar más allá del paradigma de la modernidad y en el marco de la defensa ecológica, económica político-cultural y sus derivaciones e implicaciones epistémicas/epistemológicas, ontológicas y existenciales.

Krugman , el “post autista”. Alberto Montero - 27.10.2009

Ya en el año 2000 un grupo de estudiantes franceses de economía respaldados por algunos profesores lo habían advertido: la economía se aleja cada vez más de la realidad y está convirtiéndose en una rama de las matemáticas aplicadas. Iniciaron entonces un movimiento con un nombre muy expresivo, “Post-Autistics Economics” (o economía post-autista, en español), en clara alusión a la necesidad de superar lo que ellos consideraban que era el estado de autismo en el que había caído la economía, completamente ensimismada y alejada de los problemas sociales.

El movimiento saltó de Francia y se extendió por el mundo y, como en tantas otras cuestiones, correspondió a los estudiantes galos el honor de haber sido los primeros en denunciar el fiasco intelectual en el que se habían convertido los estudios de economía en aquel país y, por ende, en el resto del mundo.

En su manifiesto (que podéis leer en inglés pinchando aquí) criticaban cuatro grandes tendencias en la evolución reciente de los estudios de economía.

La primera, el tremendo distanciamiento existente entre la teoría económica que se explica en las aulas –que es, fundamentalmente, la teoría neoclásica- y la realidad social: los estudios de economía actuales han dejado de lado el análisis de los comportamientos sociales o el funcionamiento de las instituciones económicas más allá de la empresa. Se está enseñando, por tanto, una teoría económica sin referentes concretos y reales, en la que se sacrifica la utilidad social del conocimiento transmitido y aprehendido en aras de una presunta capacidad de análisis y aplicabilidad universal impropia de cualquier ciencia social que se precie.

La segunda, el uso incontrolado de las matemáticas. Se ha olvidado el carácter instrumental de éstas para convertirlas en un fin en sí mismas, recurriéndose a la formalización y a la construcción de modelos elegantes y de una impecable lógica interna pero completamente ajenos a la realidad y de dudosa aplicabilidad en un mundo crecientemente complejo que necesita, precisamente, de análisis complejos y no de estilizaciones que antepongan la elegancia matemática a la capacidad explicativa.

La tercera, el dogmatismo en el que han incurrido los estudios de economía como consecuencia de la carencia de pluralismo en la presentación de los enfoques sobre lo económico. En las facultades de economía no se enseña a mirar la realidad desde distintos prismas, desde distintos enfoques económicos (no digamos ya desde distintas disciplinas), a pesar de haberlos, sino que se suele presentar un único enfoque al que se le atribuye capacidad explicativa omnímoda.

Y, por último, hacían un llamamiento a los profesores animándolos a despertarse antes de que fuera demasiado tarde y las aulas quedaran despobladas de alumnos cansados de la distancia que media entre la economía que les estaban enseñando y los problemas y debates del mundo real. Un llamamiento que terminaba con un grito de rabia: “¡No queremos que nos sigan imponiendo esta ciencia autista!”.

Pues bien, se ve que aquellos alumnos y todos los profesores que los apoyamos fuera y dentro de Francia no iban demasiado desencaminados y que sus demandas son ahora, en términos muy parecidos, retomadas hasta por premios Nobel de Economía.

En concreto, Paul Krugman escribió hace un par de meses un artículo en el New York Times Magazine en el que, textualmente, afirmaba que “Pocos economistas vieron venir la crisis actual, pero este error de predicción no es el problema principal del que adolece la disciplina. Mucho más importante es la ceguera de la profesión ante la posibilidad de que puedan presentarse fallos catastróficos en una economía de mercado. (…), la Economía se extravió porque los economistas, como grupo, confundieron la belleza, encarnada en unas matemáticas deslumbrantes, con la verdad. (…) los economistas volvieron a enamorarse de la vieja e idealizada visión de una economía en la que individuos racionales interactúan en mercados perfectos, visión ataviada esta vez con ecuaciones de fantasía. (…). Desafortunadamente, esta visión romántica y desinfectada de la economía condujo a la mayoría de los economistas a ignorar todas las cosas que pueden ir mal. Cerraron los ojos a las limitaciones de la racionalidad humana que tan a menudo conduce a burbujas y estallidos; a los problemas de las instituciones que pierden todo control; a las imperfecciones de los mercados –especialmente de los mercados financieros- que pueden causar que el sistema operativo de la economía se descomponga de forma repentina e impredecible; y a los peligros generados cuando los reguladores no creen en la regulación. (…). Cuando se trata del problema demasiado humano de las recesiones y depresiones, los economistas necesitan abandonar la pulcra pero errónea solución de asumir que todo el mundo es racional y que los mercados funcionan perfectamente”.

El artículo es mucho más largo y muy interesante (podéis leerlo en inglés aquí o en la versión reducida publicada en la prensa española aquí) y pone sobre la mesa, con honestidad y valentía, los grandes problemas que tiene la disciplina. En ese sentido, es muy de agradecer.

Es más, el párrafo que he transcrito se ha convertido en una especie de manifiesto al que se han adscrito ya más de dos mil profesores de economía, entre ellos varios premios Nobel.

Y es que esta crisis ha puesto a la Teoría Económica frente a sus propias miserias; frente a su incapacidad para explicar la realidad que constituye su objeto de estudio; frente a su confianza en unos supuestos teóricos completamente erróneos pero sobre los que se elaboran teorías que son publicadas en revistas académicas que los avalan haciendo pervivir la estafa intelectual en la que vive la Economía.

Todos esos problemas ya los habían avanzado los estudiantes franceses hace casi una década. A ellos nadie les escuchó entonces; probablemente ni siquiera Krugman. Ha llegado esta crisis y muchos de quienes antes los ignoraron, cuando no menospreciaron, se encuentran como reyes que acabaran de descubrir que están desnudos. Su conocimiento se revela tan inútil para explicarnos ocurrido como lo fue para predecirlo y pasa a asimilarse más a la astrología o a la nigromancia que a las ciencias puras.

Si de esta crisis no se aprende nada; si en lugar de taparse las vergüenzas, derrumbar las torres de marfil y ponerse a tejer unas nuevas vestimentas esos economistas se dedican a parchear y remendar esperando que el mundo deje de ser como es para que acabe siendo como ellos quisiera que fuese seguiremos abocados, como disciplina, al desprestigio y nuestro conocimiento será tan útil a la sociedad como el de quien predice el futuro abriéndole las entrañas a una cabra: pura superstición.

Rogelio Ramírez de la O Reformas estructurales

Sorprende escuchar a muchas personas bien intencionadas clamar por las reformas estructurales pendientes, citando, por ejemplo, la energía o el sector laboral. Reformas que no se han podido concretar desde 1997, cuando el PRI perdió la mayoría del Congreso.
Quizá no se dan cuenta de que estas reformas ya tienen más de dos sexenios frenadas. En efecto, la primera generación de reformas hacia la globalización fue la de Carlos Salinas. Pero para que se pudieran continuar, tenían que estar bien hechas, generar mayor crecimiento y empleo y, con ello, el apoyo social espontáneo.

Y ahí está el problema. Las reformas de Salinas no fueron las de Margaret Thatcher en Inglaterra, sino las de Boris Yeltsin en Rusia. En vez de crear mercados competitivos y reglas iguales para todos, sólo transfirieron empresas estatales a grandes grupos privados. El Estado protegió a estos grupos contra la competencia, les bajó los impuestos y permitió cargar precios monopólicos. Y eventualmente les permitió acumular tanto poder que llegaron a capturar a entidades regulatorias, tribunales, o al mismo Congreso para así preservar su dominancia en mercados.

Por eso, aunque México logró el acceso privilegiado al mercado estadounidense, el más grande del mundo, y aumentó la inversión extranjera y las exportaciones, la economía sólo creció 2.5% anualmente entre 1983 y 2009. Así, no pudo crear oportunidades, causando que cada año emigre más de medio millón de trabajadores en busca de empleo.

Esa es la razón objetiva de la falta de entusiasmo y por lo tanto de apoyo a las reformas. El mismo término “reforma estructural” ya está desprestigiado.

Si se quisiera precisar por qué este mal ambiente y bajo crecimiento económico, tendría que reconocerse que en México las reformas tuvieron sendos problemas de diseño y de secuencia.

Un ejemplo del mal diseño es la privatización de los bancos. En lugar de vendérselos a banqueros, se le vendieron a empresarios de casas de bolsa, más especuladores que banqueros prudentes. El resultado: en menos de una década la mayor parte del sistema bancario cayó en manos de la banca extranjera después de causar un quebranto mayor al erario por el costo de su rescate.

En cuanto a la secuencia, considérese la fábrica de alfileres de Adam Smith. La llegada de la división del trabajo permite un salto en la producción como cambio estructural que es. Pero si una fábrica igual en Francia no puede aplicar esta división, entonces Francia no puede abrirse al libre comercio de alfileres con Inglaterra. La secuencia correcta sería que primero adopte la división del trabajo y sólo después reduzca sus tarifas a la importación. Reducir los aranceles sólo por ideología es receta para el desastre.

En México abundan ejemplos de mal diseño y de pésima secuencia en estas llamadas reformas. Es por eso que quienes esperan más de éstas, como si sólo dependieran de que el Congreso de la Unión fuera más ilustrado, van a seguir confundidos.

Lo anterior tiene arreglo, pero éste no reside en continuar como autómatas la agenda de reformas de la década de los 90, como si no hubiera malas experiencias o memoria y como si no hubiera ocurrido una gran crisis global, entre otros campos en las estrategias económicas. La puerta de salida está por otro lado, y es una pena que en lugar de explorarla el gobierno se haya metido en el laberinto de pretender cobrar más impuestos, con el Congreso —que no es confiable para nadie— de por medio y sin siquiera voltear a ver primero su gasto dispendioso.

rograo@gmail.com

Analista económico