jueves, 26 de noviembre de 2009

Armando Bartra y Luciano Concheiro Las sociedades rurales ante la Gran Crisis y la Crisis Civilizatoria: entre la debacle y la hora del “buen vivir”

Las sociedades rurales ante la Gran Crisis y la Crisis Civilizatoria: entre la debacle y la hora del “buen vivir”

Armando Bartra y Luciano Concheiro



Si preguntamos por los efectos agrarios de la recesión económica los campesinos hablan de astringencia crediticia, se muestran temerosos de que disminuya la demanda de cultivos alimentarios no básicos y si son exportadores reconocen que la devaluación del peso los benefició, nada demasiado dramático para lo que son los usos rurales. En cambio cuando se menciona la crisis ambiental abundan en recuento de daños: sequía, temporal errático, retraso de los tiempos de siembra, incremento de plagas, inundaciones…; pero también resienten el encarecimiento de fertilizantes y combustibles derivada de la crisis energética, padecen como consumidores el encarecimiento resultante de la crisis alimentaria que paradójicamente poco los beneficia como productores, y les pega fuerte tanto la escasez y encarecimiento de la mano de obra ocasionado por la migración y las remesas, como la ruina que en las familias dependientes de los envíos de dólares ocasiona su progresiva reducción. Vapuleados desde hace años por la debacle ambiental, energética, alimentaria y migratoria los pequeños productores agropecuarios acusan menos el reciente estrangulamiento económico.
Desde fines de 2008 la recesión económica le quitó reflectores a la crisis múltiple que se debatía intensamente antes de que la debacle de las hipotecas inmobiliarias en EEUU y sus secuelas globales capturaran la atención de legos y especialistas.
La resignación ante el hecho de que crisis sea hoy sinónimo de crisis económica es preocupante porque hace a un lado las evidencias acumuladas durante años de que vivimos un quiebre histórico de grandes proporciones que reclama un drástico cambio de rumbo, y en cambio nos encierra en el debate sobre cuantos meses faltan para la “recuperación” y cuáles serán los ajustes necesarios para que la acumulación capitalista pueda retomar su camino fugazmente interrumpido.
La crisis económica es importante, sin duda, pero hay que ubicarla en el contexto de la crisis múltiple y duradera que nos aqueja desde fines del pasado siglo.

1. Agro y crisis: Entre la recesión y la debacle civilizatoria

(Para subir al cielo se necesita una crisis grande y otra chiquita)
Abundancia-escasez. La económica es una típica crisis de sobreproducción de las que periódicamente aquejan al capitalismo. Dicho de otra manera: se trata de una crisis de abundancia con respecto a la restringida capacidad adquisitiva de la demanda. En cambio la crisis múltiple, que llamaré Gran Crisis, es en esencia una crisis de escasez, del tipo de las hambrunas que aquejaban a la humanidad antes del despegue del capitalismo industrial y que aun después han seguido golpeando a muchos países periféricos pero ya no a los centrales (hasta ahora).
Cuando nos referimos al cambio climático y el deterioro ambiental hablamos sin duda de escasez global de recursos naturales. Cuando nos referimos a la crisis energética hacemos referencia a la progresiva escasez de los combustibles fósiles. Cuando nos referimos a la crisis alimentaria llamamos la atención sobre la escasez relativa de granos básicos, no respecto de las necesidades nutricionales de la población sino respecto de la demanda tanto alimentaria como forrajera, industrial y agroenergética, realmente existente, disponibilidad tendencialmente reducida sobre la que se monta la especulación de las trasnacionales. Cuando debatimos la disyuntiva comestibles-biocombustibles (o mejor dicho agrocombustibles) generada por el boom de los agroenergéticos, lo que esta detrás es la competencia por tierra fértil y agua dulce que son escasas.
Y escasez del peor tipo es también la que aqueja a la humanidad paria desechada por la economía del gran dinero. Detrás de la creciente exclusión económico-social no hay sólo una desproporción entre la demanda y la oferta laboral, es decir un desequilibrio relativo. Lo que se manifiesta como marginación estructural de millones de personas presuntamente sobrantes, es un problema de escasez absoluta de puestos de trabajo. Los ejércitos de desahuciados que para el sistema no valen ni como productores ni como consumidores, no pueden verse sólo como una colosal reserva laboral en espera de ser incorporada, sino también y sobre todo como expresión de la incapacidad del capitalismo para incluir productivamente segmentos crecientes del trabajo social. Perspectiva, esta, que en vez de mostrar a los marginados dentro del sistema pero por el momento en la banca, los muestra fuera del mismo y con pocas posibilidades de incorporarse. Y es que la competitividad necesaria para que los procesos productivos sean viables desde la lógica del lucro, reduce los espacios del trabajo vivo dentro de la producción global, generando una gran masa de personas redundantes; trabajadores potenciales que aparecen como prescindibles no porque su labor no pudiera generar satisfactores socialmente necesarios, sino porque explotar su trabajo no resulta lucrativo para el capital.
Resumiendo: al condicionar la producción a que genere ganancias el capitalismo reduce severamente su capacidad de incorporar trabajo vivo, lo que para el excluido se presenta como la forma más dramática de la escasez: escasez de condiciones materiales y económicas para desplegar sus capacidades vitales.
Estos y otros aspectos, como la progresiva escasez de espacio y de tiempo que se padece en los hacinamientos urbanos, configuran una gran crisis de escasez de las que la humanidad creyó que se iba a librar gracias al capitalismo industrial y que hoy regresan agravadas porque el sistema que debía conducirnos a la abundancia resultó no sólo injusto sino social y ambientalmente insostenible y ocasionó un catastrófico deterioro de los recursos indispensables para la vida.
Corta-larga. Las crisis económicas son cortas y por lo general al desplome sigue una recuperación más o menos prolongada del crecimiento. La Gran Crisis, en cambio, se expresa en un deterioro prolongado de las condiciones naturales y sociales de la producción, lapso en el que puede haber períodos económicos de expansión y de receso, pero cuya superación será lenta y dilatada pues además de virajes drásticos supone cambios en estructuras de larga duración.
Interna-externa. La recesión económica se manifiesta como estrangulamiento en el proceso de acumulación, puede describirse como erosión del capital por el propio capital y es una contradicción interna del sistema. No así la Gran Crisis, que se presenta como deterioro prolongado de la reproducción social, resultante de la erosión que el capitalismo ejerce sobre el hombre y la naturaleza y es una contradicción de carácter externo.
Capital-personas. La recesión preocupa desde el principio al capital porque sus saldos son desplome de las ganancias y los intereses, ruina de empresas, quiebras y destrucción de la capacidad productiva; el impacto sobre el salario, el empleo y el patrimonio de las personas es visto como un efecto colateral que se corregirá cuando el capital recupere su dinamismo. La Gran Crisis, en cambio, preocupa de arranque a las personas por cuanto la escasez lesiona directa e inmediatamente su calidad vida y sus posibilidades de reproducción social; sin duda también el capital se ve afectado por la limitada disponibilidad de ciertos insumos, pero en general la escasez propicia el acaparamiento, el rentismo y la especulación, de modo que si bien en perspectiva está en riesgo la reproducción del sistema, en el corto plazo las manifestaciones de la Gran Crisis dan ocasión a ganancias extraordinarias.
Centro-periferia. La crisis recesiva empieza en los sectores más desarrollados de la economía y golpea primero y de frente a los países centrales, para extenderse después y con menor virulencia a la periferia del sistema y a los sectores menos intensivos como la agricultura, que es contracíclica. La Gran Crisis, en sus dimensiones ambiental, energética, alimentaria y migratoria, nos afecta a todos sin excepción, pero sacude primero y con más fuerza a los países periféricos y las actividades agropecuarias. Entre los trabajadores, el sector que tiene empleo formal en la industria y los servicios es el más lacerado por la recesión y lo son menos los informales y los campesinos. En cambio la Gran Crisis no daña tan directamente a los trabajadores urbanos pero en cambio castiga con máxima severidad a los rurales.
Reumas-esclerosis múltiple. La recesión es un tropiezo en el curso del capital que este aprovecha para podarse y renovarse. La Gran Crisis es una debacle polifacética que puede administrarse con algunos parches pero plantea la necesidad de un cambio de sistema.
Coyuntura-estructura. La recesión es de carácter coyuntural y al sumarse al desgaste del patrón de acumulación de las últimas décadas puede transformarse en un golpe terminal al neoliberalismo como modelo dominante en la fase más reciente del capitalismo. La Gran Crisis, en cambio, es de carácter estructural, y si bien es en parte responsable del desgaste del reciente patrón de acumulación, constituye un emplazamiento a jubilar no sólo al modelo neoliberal sino al sistema capitalista en cuanto tal.
Reforma-revolución. No es lo mismo padecer una de tantas crisis de sobreproducción, es decir de abundancia, que tener, como ahora, una crisis de abundancia en el contexto de una crisis de escasez. Por si misma la recesión nos emplaza a corregir algunos problemas del modelo neoliberal, como la vampirización de la economía real por el sistema financiero; en cambio la crisis económica vista como parte de la Gran Crisis, nos emplaza a darle al estrangulamiento del modelo neoliberal una salida que enfrente también las contradicciones estructurales del capitalismo como sistema. La sola recesión nos emplaza a buscar reformas que le permitan al sistema seguir funcionando, la crisis económica en el marco de la Gran Crisis nos emplazan a buscar la salida a los problemas coyunturales por un camino que nos saque paulatinamente del sistema.
Circunstancial-epocal. Digamos, para terminar, que la recesión es breve, chicoteante, venenosa... y aunque resulta de una larga acumulación de tensiones y desequilibrios económicos, es un típico evento de la “cuenta corta”que dura apenas meses o años. La Gran Crisis, en cambio, es silenciosa persistente, caladora... y su sorda devastación se prolonga por lustros o décadas, marcados por estallidos a veces intensos pero no definitivos, que en la perspectiva de la “cuenta larga” configuran un periodo de crisis epocal.
A fines de 2008 el tropezón financiero opacó la crisis múltiple que se debatía intensamente antes que las secuelas globales del desfondamiento de las hipotecas inmobiliarias en EEUU acapararan la atención. Y la recesión importa, pero hay que ponerla en el contexto del estrangulamiento polifacético y duradero que nos aqueja desde fines del pasado siglo. En cuanto al campo, la recesión también lo golpea, sin embargo sus particularidades hacen que el impacto sea relativamente menor ahí que en la industria y los servicios. En cambio la Gran Crisis, que incide en todo, es más severa en el agro.
Capoteando la recesión. La agricultura tiene un comportamiento contracíclico, es decir que su desempeño no sigue las tendencias del resto de la economía. Esto es así pues gran parte de la producción agropecuaria es de alimentos, que tienen una demanda poco flexible, además de que en un sector caracterizado por la diversidad agroecológica, la obsolescencia y renovación tecnológica son menos homogéneas y más lentas que en otros. Así, en el primer semestre de 2009, mientras la economía mexicana presentaba un crecimiento negativo de más de 9%, la producción agropecuaria seguía expandiéndose a tasa de 1.3%. Es decir que el campo está relativamente desamarrado del resto de la economía e igual que el crecimiento en industria y servicios no lo arrastra, tampoco sigue a estos en la recesión.
Por otra parte, en años recientes la producción agropecuaria, pesquera y forestal ha representado alrededor del 3.5 % del Producto Interno Bruto, de modo que en términos monetarios su comportamiento poco significa para el conjunto de la economía, acotado por la dinámica de los servicios y la industria.
El campo cuenta mucho más de lo que pesa en el PIB, pero esto se debe al valor no directamente económico de sus aportaciones: garante de la seguridad alimentaria, fuente de “servicios” ambientales, matriz cultural, habitad de casi un tercio de la población, retaguardia social en las crisis, espacio de gobernabilidad o ingobernabilidad, entre las más importantes.

Acosado por la debacle sistémica. Poco sensible a la recesión, el agro es, en cambio, víctima principal de todas demás dimensiones de la debacle sistémica. Veamos:
Aunque menor que el urbano-industrial es sustantivo el aporte agrario de gases de efecto invernadero inductores del cambio climático y el deterioro de los recursos naturales: bosques, tierras, aguas, biodiversidad, entre otros, ocurre mayormente en su ámbito y en gran medida es su responsabilidad. En cuanto a sus efectos, es claro que el calentamiento global lo padecemos todos pero sequías, lluvias torrenciales y huracanes frecuentes y poderosos impactan más al mundo rural.
La crisis energética lo golpea con fuerza no sólo por que los hidrocarburos le son indispensables como fertilizantes y combustibles, sino también porque la opción de los agroenergéticos supone un cambio en el patrón de uso de tierras y aguas que constriñe a la agricultura alimentaria.
La crisis alimentaria cimbra al agro al poner en evidencia su decisiva importancia no tanto en la economía monetaria como en el sostenimiento de la vida, y al emplazarnos a emplear los recursos naturales conforme prioridades sociales y de modo sustentable si no queremos que se extienda la hambruna, la rebelión social, la ingobernabilidad…
(Cabe destacar que aun si se expresa en los precios, la debacle alimentaria forma parte de la Gran Crisis porque es un problema de escasez. En cambio no es previsible un tropiezo agrícola por sobreoferta generalizada y caída de cotizaciones, lo que sería una crisis de sobreproducción y formaría parte de la recesión. Que además de especulación hay un problema de disponibilidad de granos básicos, es decir de tendencial escasez, lo evidencia el que sus precios bajaron algo respecto a las de 2007 y 2008, pero siguen altos respecto de las tendencias históricas).
Éxodo rural: entre la Gran Crisis y la recesión. Un ejemplo claro de cómo la multidimensionalidad de la crisis tiene sobre el campo un efecto mucho más profundo que la sola recesión económica, es el impacto de una y otra sobre la migración de origen rural.
Ha corrido mucha tinta en torno al presunto regreso multitudinario de connacionales con motivo de la recesión en EEUU y se ha seguido con atención la tendencia de las remesas que con la pérdida de empleos en el país vecino han tenido una reducción compensada en parte por la devaluación del peso. Sin embargo el ramalazo es menor de lo anunciado por los alarmistas y posiblemente para el próximo año sus efectos remitirán, en parte, cuando se recupere la economía estadounidense.

Menos visible pero más profundo e irreversible, es el efecto acumulado de la migración remota y prolongada de los jóvenes rurales sobre las estrategias de sobrevivencia productivas y transgeneracionales de las familias y comunidades, núcleos campesinos que, contra su lógica ancestral, dejan de convertir en ahorro productivo el ingreso temporal que representan el trabajo extraparcelario a jornal y ahora las remesas, para invertirlo básicamente en bienes de consumo duraderos. Esto significa que muchos pequeños productores dejaron de ver más allá de esta generación y que la pérdida de valores, saberes y recursos materiales puede hacer irreversible la descampesinización en curso.
Hay quien piensa que la emigración es positiva pues reduce población rural y también es favorable que gran parte sea externa pues quita presión a la proverbial incapacidad de la economía mexicana de crear empleos al tiempo que las remesas reaniman el mercado interno. Grave miopía: con la emigración dilapidamos el “bono demográfico”, pues la mayor parte de la riqueza creada por nuestros jóvenes transterrados se queda en EEUU. Esto, junto con la desocupación, el subempleo y el trabajo subterráneo que no contribuye con cuotas a la seguridad social, está ocasionando una merma de ahorro nacional que nos llevará a la catástrofe en unos 20 años, cuando seamos un país de viejos que no tomó precauciones económicas ni fiscales para hacerle frente a la inversión de la pirámide demográfica.
El éxodo rural no es sólo ni principalmente un virtuoso ajuste del mercado global de trabajo. En sentido fuerte, la emigración masiva es uno de los efectos más dramáticos de la erosión espiritual y material que el capital ejerce sobre el tejido socioeconómico del mundo agrario, devastación tan irreversible y peligrosa como la que practica sobre los ecosistemas y recursos naturales.

2. Paréntesis ilustrativo: avances estratégicos riesgos tácticos en América Latina
(El optimismo como pesimismo informado)
Las crisis son señales del agotamiento de una fase histórica, pero no se puede confundir una cosa con la otra.
Después del capitalismo regulado que siguió a la crisis del 29, en el último tercio del siglo XX cursamos una fase de libertinaje financiero, concentración desmedida del capital, sobreexplotación del trabajo, rapiña de los recursos naturales, rentismo y especulación desbordada; flagelos que intensificaron sobre manera la polarización económica y la exclusión, además de ocasionar una inédita erosión de la naturaleza y de la sociedad, que nos puso al borde de la catástrofe.
Los principios y valores que sustentan el modelo que marcó la ruta del capitalismo salvaje, comenzaron a perder pié muy pronto -desde la década de los 90- y fueron sobre todo sus víctimas mayores ubicadas en la periferia quienes iniciaron gradualmente la demolición. Proceso lento, pues cambiar de paradigma es relativamente fácil dado que se trata de una decisión política, mientras que transformar un orden económico constreñido desde dentro y desde fuera, y presa de poderosas inercias, es un proceso dilatado y cuesta arriba.

La utopía campesina, opción civilizatoria
La peculiar ubicación de lo rural dentro del sistema capitalista hace que el impacto del retroceso económico general sea ahí distinto y en cierto sentido más leve que en la industria y los servicios, donde en cuestión de semanas se perdieron decenas de millones de puestos de trabajo. Esto dificulta la formulación una alternativa campesina integral dirigida específicamente a la recesión, entre otras cosas porque a diferencia de los trabajadores de la industria y los servicios, cuyo empleo depende de que la economía recupere su dinamismo global, los labriegos no ganan gran cosa con que se reanude la frenada acumulación de capital. Pero si no les preocupa demasiado que reviva el postrado capitalismo urbano industrial, si están vitalmente interesados en ponerle limites y candados a un orden que siempre a amenazado su existencia. Porque el sistema se las tiene sentenciada, el proyecto que los campesinos de México y el mundo han ido bosquejando en las últimas décadas, es una respuesta puntal y visionaria a las calamidades que resultan de las diversas dimensiones de la Gran Crisis sistémica.
Anticapitalismo innato. Golpeados de frente por el deterioro ambiental y el cambio climático, de los que son parcialmente responsables; víctimas directas de la crisis energética que dispara sus costos y en la opción de los agrocombustibles, compite por tierras y aguas; protagonistas de la debacle alimentaria y opuestos a falsas soluciones como los transgénicos, que no sólo atentan contra productores y consumidores sino contra la diversidad biológica; torrente fundacional y aun caudal importante del éxodo transfronterizo; damnificados mayores de un sistema político que si en general está en deuda con la verdadera democracia, en el campo sigue repitiendo las fórmulas clientelares del viejo “ogro filantrópico” los campesinos han ido edificando propuestas que al confrontarse con los filos más caladores del capitalismo en su modalidad agraria, esbozan una alternativa rural antisistémica no por belicosa y airada sino por radical y visionaria.
Veamos: Rescatar el campo es oponerse a la desruralización que el capitalismo emprendió desde sus años mozos; plantear una nueva y más justa relación entre agricultura e industria y entre el campo y las ciudades es marchar a contracorriente de la ancestral tendencia del sistema a desarrollar al mundo urbano-industrial a costa del rural-agrario; proponer e impulsar en la práctica una conversión agroecológica orientada a la sustentabilidad social y natural, es confrontarse con los patrones científico-tecnológicos depredadores del hombre y la naturaleza impuestos desde la primera revolución industrial; reivindicar tierras, aguas, biodiversidad, saberes y cultura como bienes colectivos es hacerle frente a la compulsión capitalista de mercantilizarlo todo; reclamar el derecho a la alimentación y a un trabajo digno pues comida y empleo no pueden ser dejados a los designios del mercado, es atentar contra el sagrado principio de la libre concurrencia; concebir y edificar el “mercado justo” entendido como una relación no sólo económica sino principalmente social donde productores y consumidores acuerdan cara a cara, es un oximoron -un contrasentido- en un orden donde el mercado es por definición ciego y desalmado; levantar las banderas de la autogestión económico-social y la autodeterminación política dentro de un sistema donde se pretende que todos nos sometamos a los dictados del mercado y del Estado es un atentado a los principios del liberalismo individualista acuñados desde la Ilustración; proclamar “ el “buen vivir” como opción a un “progreso” y un “desarrollo” siempre discutibles como conceptos y que además incumplieron sus promesas, es poco menos que una herejía.
Estas alternativas campesinas y muchas más, permiten avizorar algunos de los rasgos que deberá tener una modernidad otra. Altermundismo que en algunos es pura elucubración de cubículo mientras en el mundo rural es realidad en construcción, es utopía hecha a mano.
Quizá por que habitan en la periferia del sistema, quizá porque sin estar del todo fuera si están al margen de las formas más densas del capitalismo urbano-industrial, quizá por que tanto el gran dinero como el socialismo clásico los expulsaron de sus utopías, quizá porque siempre han sido vistos como desubicados y anacrónicos a los campesinos se les da lo antisistémico: imaginan fácilmente alternativas civilizatorias poscapitalistas. No tienen la receta -nadie la tiene, por que no la hay- pero sin duda son inspiradores.
Vientos de izquierda. Precedidos y acompañados por amplios y ascendentes movimientos sociales, en algo más de una década los gobiernos de muchos países latinoamericanos viraron a la izquierda, emprendiendo cambios progresivos más o menos distantes del aun imperante Consenso de Washington. Venezuela, Brasil, Argentina, Chile, Uruguay, Bolivia, Ecuador, Nicaragua, Paraguay, Honduras y República de Salvador se fueron apartando de la ortodoxia, aun si fuera en los estrechos márgenes que dejaba la globalidad imperial.
La desobediencia franca o moderada de once países latinoamericanos es causa y efecto del agotamiento de un patrón de acumulación cuyos costos eran pagados al contado por las mayorías y cuyos beneficios se posponían una y otra vez. Las expresiones locales de la crisis climática, de la energética, de la alimentaria y de la económica abonaron la rebeldía contra un orden inhóspito, pero los cambios de rumbo no necesariamente siguen de las crisis. Incluso el viraje que en estados Unidos representó la elección de un presidente Demócrata y negro, se había venido incubando durante todo el segundo período de Bush, de modo que la crisis financiera no fue el trampolín de Obama sino su primer reto.
El agotamiento de la fase neoliberal del capitalismo y su paulatina deserción por algunos gobiernos, es un proceso relativamente lento y prolongado que se inició hace más de diez años. Así como la crisis alimentaria le dio la razón a quienes luchaban por la soberanía y seguridad en esa materia, la presente crisis económica confirma -por si hiciera falta- la absoluta pertinencia del cambio de rumbo.
Reflejos conservadores. Pero hay que tener claro que, en sí misma la crisis económica, no es disparador del cambio. Al contrario, al tiempo que dramatiza la inviabilidad del patrón de acumulación, el descalabro financiero erosiona aceleradamente los ingresos, empleos y patrimonio de los trabajadores, que más allá de sus protestas reactivas es posible que adopten posiciones defensivas y conservadoras.
En esta perspectiva, la crisis económica puede ser la puntilla de la fase neoliberal del capitalismo y ratifica y fortalece las vías alternas que algunos habían emprendido y por las que otros venían luchando, pero en el corto plazo el deterioro de las condiciones de vida y trabajo abonan más los corrimientos a la derecha que a la izquierda.
La crisis económica de 2008-2009 es la faceta que le faltaba a la multidimensionalidad de la Gran Crisis, en este sentido podemos ser estratégicamente optimistas pues después de este último golpe es más difícil que el neoliberalismo se levante indemne. Sin embargo por sus efectos inmediatos la recesión oscurece temporalmente el cuestionamiento radical del sistema que se desprende de la Gran Crisis, de modo que por el momento lo que se pone en primer plano es la salvación del capital y no de la humanidad y del planeta, además de que puede generar reflejos conservadores en las mayorías, en este sentido debemos ser tácticamente pesimistas.

3. Noticia buena, noticia mala
(El campo entre las dos crisis)
Si preguntamos por los efectos agrarios de la recesión económica los campesinos hablan de astringencia crediticia y presupuestal, se muestran temerosos de que disminuya la demanda de cultivos alimentarios no básicos y si son exportadores reconocen que la devaluación del peso los benefició, nada demasiado dramático para los apocalípticos usos rurales. En cambio cuando se menciona la crisis ambiental abundan en recuento de daños: sequía, temporal errático, retraso de los tiempos de siembra, incremento de plagas, inundaciones…. Pero también resienten el encarecimiento de fertilizantes y combustibles derivado de la crisis energética. Padecen como consumidores el encarecimiento resultante de la crisis alimentaria, que paradójicamente poco los beneficia como productores. Y les pega fuerte tanto la escasez y encarecimiento de la mano de obra ocasionado por la migración y las remesas, como la ruina que en las familias dependientes de los envíos de dólares ocasiona su progresiva reducción.
Vapuleados desde hace años por la debacle ambiental, energética, alimentaria y migratoria los pequeños productores agropecuarios acusan menos que otros el reciente estrangulamiento económico.
Capoteando con garbo la recesión. La agricultura tiene un comportamiento contracíclico, es decir que su desempeño no sigue las tendencias del resto de la economía. Esto es así pues gran parte de la producción agropecuaria es de alimentos, que tienen una demanda poco flexible, además de que en un sector caracterizado por la diversidad agroecológica, la obsolescencia y renovación tecnológica son menos homogéneas y más lentas que en otros.
Así, en el primer semestre de 2009, mientras la economía mexicana presentaba un crecimiento negativo de más de 9%, la producción agropecuaria seguía expandiéndose a tasa de 1.3%. Es decir que el campo está relativamente desamarrado del resto de la economía e igual que el crecimiento en industria y servicios no lo arrastra, tampoco sigue a estos en la recesión.
Por otra parte, en años recientes la producción agropecuaria, pesquera y forestal ha representado alrededor del 3.5 % del Producto Interno Bruto, de modo que en términos monetarios su comportamiento poco significa para el conjunto de la economía, acotado por la dinámica de los servicios y la industria.
El campo cuenta mucho más de lo que pesa en el PIB, pero esto se debe al valor no directamente económico de sus aportaciones: garante de la seguridad alimentaria, fuente de “servicios” ambientales, matriz cultural, habitat de casi un tercio de la población, retaguardia social en las crisis, espacio de gobernabilidad o ingobernabilidad, entre las más importantes.
Vapuleado por la debacle sistémica. Poco sensible a la recesión, el agro es, en cambio, víctima principal de todas demás dimensiones de la debacle sistémica. Veamos:
Aunque menor que el urbano-industrial, es sustantivo el aporte agrario de gases de efecto invernadero inductores del cambio climático; y el deterioro de los recursos naturales: bosques, tierras, aguas, biodiversidad, entre otros, ocurre mayormente en su ámbito y en gran medida es su responsabilidad. En cuanto a sus efectos, es claro que el calentamiento global lo padecemos todos pero sequías, lluvias torrenciales y huracanes frecuentes y poderosos impactan más al mundo rural.
La crisis energética golpea al agro con fuerza, no sólo por que los hidrocarburos le son indispensables como materia prima de fertilizantes y combustibles, sino también porque la opción de los agroenergéticos supone un cambio en el patrón de uso de tierras y aguas que constriñe a la agricultura que cosecha comestibles.
La crisis alimentaria cimbra al agro al poner en evidencia su decisiva importancia, no tanto en la economía monetaria como en el sostenimiento de la vida, y al emplazarnos a emplear los recursos naturales conforme prioridades sociales y de modo sustentable si no queremos que se extienda la hambruna, la rebelión social, la ingobernabilidad…
Cabe reiterar aquí lo dicho antes, que aun si se expresa en los precios, la debacle alimentaria forma parte de la Gran Crisis porque es un problema de escasez. En cambio por el momento no es previsible un tropiezo agrícola por sobreoferta generalizada y caída de cotizaciones, lo que sería una crisis de sobreproducción y formaría parte de la recesión.
Entre el ocultamiento y la escasez. Que además de especulación hay un problema de disponibilidad de granos básicos, es decir de tendencial escasez, lo evidencia el que los inventarios siguen reducidos y que sus precios internacionales descendieron algo frente a los de 2007 y 2008, pero se mantienen altos respecto de las tendencias históricas.
Pero hay también prospecciones que apuntan en el mismo sentido. La FAO, en voz de Hafez Ghanen (Para 2050 la producción de alimentos deberá ser 70% superior, alerta FAO, La Jornada 24/9/09), estima que en los próximos 40 años tendremos que producir 70% más alimentos. La meta no es técnicamente inalcanzable, pero se topa con tres dificultades: el cambio climático causado por un sistema insostenible que pese a las evidencias se resiste a cambiar, la creciente demanda de biocombustibles que provoca la insaciable sed de energía del mismo sistema y la apropiación privada y especulativa de los recursos naturales de los que depende la producción adicional de comida. Respecto de esto último, hay que tener presente que, siempre según la FAO, para responder a la demanda alimentaria de los próximos 40 años sería necesario incorporar al cultivo -de preferencia campesino- alrededor de 120 millones de hectáreas adicionales, sobre todo en Asia, África y América Latina. Pero sucede que en los últimos cinco años, gobiernos e inversionistas privados están comprando o arrendando vertiginosas extensiones de tierras cultivables, sobre todo en países en desarrollo como los asiáticos Sudan, Pakistán, Kazajstán, Camboya, Uganda, Birmania, Indonesia, Laos, Turquía; los africanos Camerún, Madagascar, Nigeria, Ruanda, Zambia y Zimbabwe y los latinoamericanos: Argentina, Brasil, Bolivia, Colombia, Perú y Ecuador. Los mayores compradores son Corea , que adquirió 2.3 millones e hectáreas, China, que compró 2 millones, y así Arabia Saudita, India, Japón, Egipto, Bahrein, entre otros. Pero también compran tierra consorcios privados como Benetton, Mitsui y el holding saudí Bil Laden Group. (Stefania Muresu. Privatización de tierras fértiles, en Memoria, n. 237 agosto-septiembre, 2009).
Disputa territorial. La crisis tiene también una dimensión espacial, representada en la apropiación y subordinación del espacio en la lógica del capital. En primer lugar la privatización de lo público, que incluye la propiedad social y los recursos, así como el conocimiento mismo. Pero también, carreteras del “libre comercio”, “Planes Puebla-Panamá”, megaproyectos y en general un fracasado, pero aún vivo (por eso aún más peligroso) intento de hegemonización desde el norte, singularizado en EEUU. Es la crisis hegemónica que en su adecuación se anuncia violenta disputa territorial.
Estampida rural. Un ejemplo claro de cómo la multidimensionalidad de la crisis tiene sobre el campo un efecto mucho más profundo que la sola recesión económica, es el impacto de una y otra sobre la migración de origen rural.
Ha corrido mucha tinta en torno al presunto regreso multitudinario de connacionales con motivo de la recesión en EEUU y se ha seguido con atención la tendencia de las remesas que con la pérdida de empleos en el país vecino han tenido una reducción compensada en parte por la devaluación del peso. Sin embargo el ramalazo es menor que lo anunciado por los alarmistas y posiblemente para el próximo año sus efectos remitirán, en parte, cuando se recupere la economía estadounidense.
Menos visible pero más profundo e irreversible, es el efecto acumulado de la migración remota y prolongada de los jóvenes rurales, sobre las estrategias de sobrevivencia productivas y transgeneracionales de las familias y comunidades. Núcleos campesinos que, contra su lógica ancestral, dejan de convertir en ahorro productivo el ingreso temporal que representan el trabajo extraparcelario a jornal y ahora las remesas, para invertirlo básicamente en bienes de consumo duraderos. Esto significa que muchos pequeños productores dejaron de ver más allá de esta generación y que la pérdida de valores, saberes y recursos materiales puede hacer irreversible la descampesinización en curso.
Hay quien piensa que la emigración es positiva pues reduce población rural y también es favorable que gran parte sea externa pues quita presión a la proverbial incapacidad de la economía mexicana de crear empleos, al tiempo que las remesas reaniman el mercado interno. Grave miopía: con la emigración dilapidamos el “bono demográfico”, pues la mayor parte de la riqueza creada por nuestros jóvenes transterrados se queda en EEUU. Esto, junto con la desocupación, el subempleo y el trabajo subterráneo que no contribuye con cuotas a la seguridad social, está ocasionando una merma de ahorro nacional que nos llevará a la catástrofe en unos 20 años, cuando seamos un país de viejos que no tomó precauciones económicas ni fiscales para hacerle frente a la inversión de la pirámide demográfica.
El éxodo rural no es sólo ni principalmente un virtuoso ajuste del mercado global de trabajo. En sentido fuerte, la emigración masiva es uno de los efectos más dramáticos de la erosión espiritual y material que el capital ejerce sobre el tejido socioeconómico del mundo agrario, devastación tan irreversible y peligrosa como la que practica sobre los ecosistemas y recursos naturales.

4. El proyecto campesino como opción civilizatoria
(Rústicas utopías desde los márgenes)
La peculiar ubicación de lo rural dentro del sistema capitalista hace que el impacto del retroceso económico general sea ahí distinto y en cierto sentido más leve que en la industria y los servicios, donde en cuestión de semanas se perdieron decenas de millones de puestos de trabajo. Esto dificulta la formulación una alternativa campesina integral dirigida específicamente a la recesión, entre otras cosas porque a diferencia de los trabajadores de la industria y los servicios, cuyo empleo depende de que la economía recupere su dinamismo global, los labriegos no ganan gran cosa con que se reanude la frenada acumulación de capital. Pero si no les preocupa demasiado que reviva el postrado capitalismo urbano industrial, si están vitalmente interesados en ponerle limites y candados a un orden que siempre a amenazado su existencia.
Porque el sistema se las tiene sentenciada, el proyecto que los campesinos de México y el mundo han ido bosquejando en las últimas décadas, es una respuesta puntal y visionaria a las calamidades que resultan de las diversas dimensiones de la Gran Crisis sistémica.
Anticapitalismo innato. Golpeados de frente por el deterioro ambiental y el cambio climático, de los que son parcialmente responsables; víctimas directas de la crisis energética que dispara sus costos y en la opción de los agrocombustibles, compite por tierras y aguas; protagonistas de la debacle alimentaria y opuestos a falsas soluciones como los transgénicos, que no sólo atentan contra productores y consumidores sino contra la diversidad biológica; torrente fundacional y aun caudal importante del éxodo transfronterizo; damnificados mayores de un sistema político que si en general está en deuda con la verdadera democracia, en el campo sigue repitiendo las fórmulas clientelares del viejo “ogro filantrópico” los campesinos han ido edificando propuestas que al confrontarse con los filos más caladores del capitalismo en su modalidad agraria, esbozan una alternativa rural antisistémica no por belicosa y airada sino por radical y visionaria.
Veamos:
Rescatar el campo, salvarlo, es oponerse a la desruralización que el capitalismo emprendió desde sus años mozos.
Plantear una nueva y más justa relación entre agricultura e industria y entre el campo y las ciudades, es marchar a contracorriente de la ancestral tendencia del sistema a desarrollar al mundo urbano-industrial a costa del rural-agrario.
Imaginar desde los territorios rurales (ejidos y comunidades rurales, aunque también pequeñas unidades privadas) las autonomías posibles y las deseables para ir más allá.
Proponer e impulsar en la práctica una conversión agroecológica orientada a la sustentabilidad social y natural, es confrontarse con los patrones científico-tecnológicos depredadores del hombre y la naturaleza impuestos desde la primera revolución industrial.
Reivindicar tierras, aguas, biodiversidad, saberes y cultura como bienes colectivos es hacerle frente a la compulsión capitalista de mercantilizarlo todo.
Reclamar soberanía alimentaria y soberanía laboral que permitan garantizar el derecho a la alimentación y a un trabajo digno, pues comida y empleo no pueden ser dejados a los designios del mercado, es atentar contra el sagrado principio de la libre concurrencia.
Concebir y edificar el mercadeo solidario, el “mercado justo” entendido como una relación no sólo económica sino principalmente social donde productores y consumidores acuerdan cara a cara, es un oximoron, contrasentido en un orden donde el mercado es por definición ciego y desalmado.
Levantar las banderas de la autogestión económico-social y la autodeterminación política dentro de un sistema donde se pretende que todos nos sometamos a los dictados del mercado y del Estado es un atentado a los principios del liberalismo individualista acuñados desde la Ilustración.
Proclamar el “buen vivir” -Sumak kawsay, el mundo andino- como opción a un “progreso” y un “desarrollo” siempre discutibles como conceptos y que además incumplieron sus promesas, es poco menos que una herejía.
Estas alternativas campesinas permiten avizorar algunos de los rasgos que sin duda habrá de tener una modernidad otra. Altermundismo que en algunos es pura elucubración de cubículo mientras en el mundo rural es realidad en construcción, es utopía hecha a mano.
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Quizá por que habitan en la periferia del sistema.
Quizá porque sin estar del todo fuera si están al margen de las formas más densas del capitalismo urbano-industrial.
Quizá por que tanto el gran dinero como el socialismo clásico los expulsaron de sus utopías.
Quizá porque siempre han sido vistos como desubicados y anacrónicos.
Por todo esto y mucho más, a los campesinos se les da lo antisistémico; imaginan fácilmente alternativas civilizatorias poscapitalistas. Los hombres del campo no tienen la receta -nadie la tiene, por que no la hay- pero sin duda son inspiradores.

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