miércoles, 28 de octubre de 2009

Rogelio Ramírez de la O Reformas estructurales

Sorprende escuchar a muchas personas bien intencionadas clamar por las reformas estructurales pendientes, citando, por ejemplo, la energía o el sector laboral. Reformas que no se han podido concretar desde 1997, cuando el PRI perdió la mayoría del Congreso.
Quizá no se dan cuenta de que estas reformas ya tienen más de dos sexenios frenadas. En efecto, la primera generación de reformas hacia la globalización fue la de Carlos Salinas. Pero para que se pudieran continuar, tenían que estar bien hechas, generar mayor crecimiento y empleo y, con ello, el apoyo social espontáneo.

Y ahí está el problema. Las reformas de Salinas no fueron las de Margaret Thatcher en Inglaterra, sino las de Boris Yeltsin en Rusia. En vez de crear mercados competitivos y reglas iguales para todos, sólo transfirieron empresas estatales a grandes grupos privados. El Estado protegió a estos grupos contra la competencia, les bajó los impuestos y permitió cargar precios monopólicos. Y eventualmente les permitió acumular tanto poder que llegaron a capturar a entidades regulatorias, tribunales, o al mismo Congreso para así preservar su dominancia en mercados.

Por eso, aunque México logró el acceso privilegiado al mercado estadounidense, el más grande del mundo, y aumentó la inversión extranjera y las exportaciones, la economía sólo creció 2.5% anualmente entre 1983 y 2009. Así, no pudo crear oportunidades, causando que cada año emigre más de medio millón de trabajadores en busca de empleo.

Esa es la razón objetiva de la falta de entusiasmo y por lo tanto de apoyo a las reformas. El mismo término “reforma estructural” ya está desprestigiado.

Si se quisiera precisar por qué este mal ambiente y bajo crecimiento económico, tendría que reconocerse que en México las reformas tuvieron sendos problemas de diseño y de secuencia.

Un ejemplo del mal diseño es la privatización de los bancos. En lugar de vendérselos a banqueros, se le vendieron a empresarios de casas de bolsa, más especuladores que banqueros prudentes. El resultado: en menos de una década la mayor parte del sistema bancario cayó en manos de la banca extranjera después de causar un quebranto mayor al erario por el costo de su rescate.

En cuanto a la secuencia, considérese la fábrica de alfileres de Adam Smith. La llegada de la división del trabajo permite un salto en la producción como cambio estructural que es. Pero si una fábrica igual en Francia no puede aplicar esta división, entonces Francia no puede abrirse al libre comercio de alfileres con Inglaterra. La secuencia correcta sería que primero adopte la división del trabajo y sólo después reduzca sus tarifas a la importación. Reducir los aranceles sólo por ideología es receta para el desastre.

En México abundan ejemplos de mal diseño y de pésima secuencia en estas llamadas reformas. Es por eso que quienes esperan más de éstas, como si sólo dependieran de que el Congreso de la Unión fuera más ilustrado, van a seguir confundidos.

Lo anterior tiene arreglo, pero éste no reside en continuar como autómatas la agenda de reformas de la década de los 90, como si no hubiera malas experiencias o memoria y como si no hubiera ocurrido una gran crisis global, entre otros campos en las estrategias económicas. La puerta de salida está por otro lado, y es una pena que en lugar de explorarla el gobierno se haya metido en el laberinto de pretender cobrar más impuestos, con el Congreso —que no es confiable para nadie— de por medio y sin siquiera voltear a ver primero su gasto dispendioso.

rograo@gmail.com

Analista económico

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